Las quince letras
Así se llama la cantina de mayor tradición de Zacatecas, destino ineludible para todo visitante y punto de reunión de la bohemia local.
Ahí terminamos Eric, del Museo, Plinio, El Pecas y Jorge del taller de grabado, Erik, estudiante de La Eseralda y Javier Manrique, pintor, con un servilleta.
Se cheleó, aunque yo sólo bebí coca-cola.
Pagamos una hora de músicos de cantina, un dueto de guitarra y acordeon que desgranaban gustosos lo más selecto de la música norteña.
Acabamos en la madrugada, todos un poco briagos y yo perfectamente sobrio, muerto de hambre en una ciudad donde, como dijo Eric, no se consigue por las madrugadas nada que no te haga daño.
Las quince letras es un lugar muy exótico, cuyas paredes están llenas de cuadros dedicados a la cantina (incluido un Felguérez). Tiene una barra que bien podría aparecer en una película de Pedro Infante y unos parroquianos que harían (e incluyo a mi palomilla) las delicias de Jodorowsky.
Pocas cosas hermanan más con un grupo de camaradas que cantar aquella canción del Buki que dice "no hay nada más difícil que vivir sin ti" en una cantina a las 2 de la mañana.
Y eso que yo era punk.
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