viernes, julio 30, 2010

Y el premio es para...

Lleno de orgullo les comparto la noticia: el volumen 3 de la antología Popgun fue ganadora del Premio Eisner (el Óscar de los cómics). El trabajo de nuestro Patricio Betteo está incluido en ella. Eso lo hace un ganador. Merecidísimo, es uno de los mejores grafistas no sólo de este país, sino del mundo.

jueves, julio 29, 2010


Ese sábado participaré de la firma de autógrafos de la revista comikaze, que presentan su último número, el 9, junto con la edición especial del proyecto Santo de mi devoción, homenaje de los ilustradores mexicanos al Santo, enmascarado de plata, a 25 años de su fallecimiento.

La cita es en BadaBing Comics (Estocolmo #18, Zona Rosa) desde las 17:00 horas. Yo llegaré a las 19:00 debido a otros compromisos. Allá nos vemos.

lunes, julio 26, 2010

Qué viejos estamos todos ustedes (2)


Just for the record y para que conste en actas: primer imagen publicada (hasta donde tengo registrado) en las páginas del Universal. Suplemento Universo Joven. Verano de 1990.

jueves, julio 22, 2010

Qué viejos estamos todos ustedes (1)

En algún momento de este mes (o del anterior, la verdad es que no lo tengo muy claro, lo único que sé es que fue antes de agosto) cumplo veinte años de dibujante profesional.

Es decir, hace cuatro lustros que cobro por dibujar.

Veinte años. Uf.

Cuando era niño dos décadas me parecían una eternidad. Ahora, bueno...

Era 1990 y lo único que sabía eran dos cosas: (1) Que estaba muy enojado y (2) Que me quería dedicar a dibujar cómics.

Lo primero era, me parece, una cosa generacional. Veníamos del fraude electoral del 88 e íbamos hacia el error de diciembre del 93. Yo tenía dieciocho años, el cabello largo y un hermano que tocaba en una banda de rock (que acaparaba la atención femenina). Iba en una colegio católico para puros hombres y básicamente le tenía pavor a las mujeres. Hallaba refugio en los cómics de Batman y en las novelas de ciencia ficción.

Y dibujaba.

Mal, muy limitado, con recursos muy modestos. Mi amigo Bachan, al que había conocido un año antes ya era un dibujante sobresaliente. Pepe Quintero, que conocí tres años antes ya mostraba oficio. A la distancia, mis imágenes eran de un aficionado.

Pero un aficionado muy necio.

Fue mi adorada tía Bertha, periodista, la que me recomendó en un suplemento universitario que se publicaba en un periódico de circulación nacional. Lo dirigía un sobrino político del dueño del periódico (que en realidad no era tan joven) y se suponía que iba dirigido a los universitarios. Yo aún no estaba inscrito en la carrera pero fui a mostrar mis dibujos.

Buscaban colaboradores que estudiaran. Yo le conté a dos amigos, también moneros en ciernes. Fuimos los tres a ver al editor que con cara de perdonavidas vio nuestros dibujos. "Hum, quizá, no sé..." dijo. Al final nos dio chamba a Olivier Fuentes y a mí. Olivier ya publicaba en el Economista, e hizo carrera de caricaturista durante un tiempo. El otro amigo, un güevón de marca, nunca regresó.

Eran mis años punks. Todo lo punk que se puede ser en un colegio católico. "Punk de la secreta", me decía un amigo de mi papá. Acababa de descubrir la contracultura gracias a otro desadaptado que iba en mi escuela y que fue una especie de gurú para mi hermano y para mí. Ahora es artista conceptual y hace música electrónca.

En el periódico había juntas semanales para hacer el suplemento. Yo compensaba mi timidez con una antipatía que rayaba en lo patán. Cualquiera que me haya conocido en aquel tiempo lo sabe.Pese a ello alguna vez me dieron una asignatura.

No recuerdo ya las circunstancias, sólo que propuse por alguna razón que no recuerdo dibujar un punk para algún artículo que he olvidado. Un punk que lleva de mascota un puercoespín, franco fusil del humor de Sergio Aragonés.

Y salió publicado, en aquel verano de 1990. Uno o dos meses antes de entrar a la carrera. Antes de que tuviera mi cartilla liberada. Ni tuviera la menor idea de qué iba a hacer con mi vida.

Debo confesar que verlo no me causó una emoción grandísima. Creo que le dio más emoción a mi papá. "Felicidades, es muy difícil publicar", me dijo. Yo, en el trip sangrón que traía de adolescente contesté levantando los hombros y gruñendo. De verdad que era insoportable (aún más que hoy).

Desde entonces he publicado aquí y allá. Cómics a salto de mata. Ilustración. Incluso tuve un fugaz paso por el mundo de la publicidad del que salí huyendo a los cinco meses.

Hace veinte años conocí a montón de chicos de mi edad que querían dedicarse a dibujar. Muchos de ellos muy buenos. Mucho mejores que yo. Pero muy pocos tan persistentes. La mayoría tiraron la toalla. Los menos seguimos aquí. Ya esa generación lleva poco más de dos décadas dando guerra. Quiero pensar que algo he aprendido —y aprehendido— en el camino.

Las mejores y las peores personas que he conocido han estado vinculadas con los cómics. Son un gremio peculiar, un mundo aparte del de los moneros de periódico y los ilustradores. Fauna extraña y variopinta con la que tengo una relación de amor-odio. Más amor que odio.

Y a la que me enorgullezco pertenecer.

Hay un festejo grande en puerta. Ya se los contaré pronto. Más sobre estos veinte años en el siguiente post.

miércoles, julio 14, 2010


Placeres de la lectura (2): releer

Era niño, tenía unos nueve años cuando mi papá me compraba en Sanborn's unas antologías de ciencia ficción de Bruguera que compilaban lo mejor de la revista norteamericana Fantasy and Science Fiction.

Yo estaba enamorado de la ciencia ficción audiovisual: Star Wars en el cine, Buck Rogers y Battlestar Galactica en la tele. Y toneladas de cómics de CF que iban desde los Supersabios (en su últimas re ediciones de editoral Posada) hasta las aventuras francesas de Valerian, agente espacio temporal, de Pierre Chistin y Jean-Claude Mézières, pasando por la dosis reglamentaria de superhéroes de la Marvel.

No obstante, nada me podía haber preparado para el hervidero de ideas que era la CF escrita en inglés durante los 60, mucha de la cual recaló traducida en las páginas de estos libracos de Bruguera, titulados sencillamente "Ciencia Ficcón", primera, segunda, tercera selección...

El primero que tuve fue la tercera selección, comprado en un Sanborn's de Reforma un domingo. Aún lo tengo. De él recuerdo especialmente un cuento llamado "Un mensaje para Caridad", de un tal William E. Lee (imagino que sin relación con William Burroughs) que años después reconocí, adaptado, en la serie de Dimensión desconocida (Twilight Zone), en su encarnación de los ochenta.

Pero lo que hoy me ocupa es una novela de Roger Zelazny incluida en la quinta selección llamada ...y llámame Conrad.

Zelazny, un autor raro donde los haya, fue un prolífico escritor que siempre publicó literatura fantástica, moviéndose en los límites de la CF y el llamado fantasy. Generacionalmente se le vincula con la llamada "Nueva Ola" de la CF anglosajona, si bien ésta era más bien escrita por ingleses (don Roger era gringo).

La novela, una aventura situada en una Tierra postapocalíptica que está a expensas de una raza extraterrestre, narra el periplo del Conrad del título que va de guía de turistas de un visitante vegano y una comitiva de curiosos personajes terrestres que incluyen un asesino a sueldo, un biólogo especialista en las mutaciones monstruosas de la fauna terrícola, el más importante poeta lírico de la Tierra y una mujer calva con una peluca roja, acaso el personaje más inquietante del libro.

El protagonista, Conrad Nomikos, parece esconder un gran secreto: aparentemente ha vivido durante cientos de años sin envejecer, tiempo durante el cual ha tenido diferentes encarnaciones. Se trata de un sujeto de asombrosa fealdad, con un cinismo entrañable que por momentos recuerda al Rick de Casablanca y que precedió a Han Solo.

Por si fuera poco, Conrad es un kallikanzari, estirpe de fieros guerreros nacidos en curiosas circunstancias. Son los bebés nacidos en navidad, los que tienen un ojo claro y otro oscuro o los zurdos. Bebés freaks, para acabar pronto.

Bien, leí todo esto cuando era un niño. Hace unos treinta años. El libro me causó profunda impresión, se trataba de una CF muy diferente al que yo conocía. Eran ideas peligrosas, incómodas. Nada que ver con sus encarnaciones mediáticas.

Las perturbadoras imágenes de Zelazny quedaron revoloteando en mi cabeza. Tan es así que he usado la palabra kallikanzari para mis mails e incluso para un blog de ilustrador que tengo semi abandonado. Así de fuerte me marcó la lectura de esta novela.

(Curioso, la única persona que reconoció la referencia fue mi amigo y colega Rafa Marín, escritor de CF español al que cuando le di mi mail me dijo: "Anda, hemos estado leyendo a Zelazny.")

Me estoy extendiendo demasiado. Será que envejezco. El caso es que hace dos semanas, en un tianguis de antigüedades (aquel que se pone en la esquina de Álvaro Obregón con Cuauhtémoc, del lado de la Doctores) al que mi lector favorito es asiduo visitante, di con un tambache de paperbacks de ciencia ficción en inglés.

Me acuclillé para revisarlos con cuidado. Había varias joyitas. Robert Scheckley, Daniel Keyes, Philip K. Dick... No, ni vayan, me llevé lo que valía la pena. Pero imaginen mi sorpresa al encontrarme con la edición original de This Immortal, de Roger Zelazny.

Lo abrí, y ahí estaba el primer párrafo, en su idioma original. Aún me lo sabía de memoria.

"You are a kallikanzaros", she announced suddenly.

Me lo compré, no sin cierto recelo. ¿Sería tan buena como la recordaba? ¿Qué puede decirte una lectura infantil, treinta años después?

Me lo devoré.

Lo leí en dos días. Recordaba mucho de la historia. Había párrafos enteros que podía recitar en español, que ahora disfrutaba en su versión original.

No sé si la novela es buena. Probablemente no, pero como dice el propio Conrad Nomikos: "...siempre recordaré una cosa: que ella vino cuando la necesité."

Y voy cayendo en cuenta de que fue ésta la primera novela que leí completa, y no Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, como pensaba. En su momento la tomé por un cuento muy largo (160 páginas ya clasifican como novela, si bien breve). Quizá por eso me enamoré de ella. Y no lo supe hasta la relectura. Sólo entonces pude ver todo lo que me marcó. Para bien, espero.

Gracias, Roger. Treinta años tarde.

jueves, julio 08, 2010




Juan Hernández Luna (1962—2010)


Murió mi amigo y colega narrador Juan Hernández Luna. Novelista policiaco multipremiado, traducido a varios idiomas, Juan fue uno de los primeros amigos que hice en el medio.

Lo conocí a través del Lobo Porcayo. Él y José Luis Zárate eran amigos de Juan desde que éste vivía en Puebla. En aquel entonces (1998) Juanito, como cariñosamente le llamaba pese a que no le hiciera mucha gracia, se acababa de mudar al DF.

Juan llegó a trabajar a la Secretaría de Cultura del PRD en el DF, donde...


Ayer empecé a escribir la nota anterior. Apenas al tercer párrafo me quedé sin palabras. ¿Qué puedes decir de un amigo que muere prematuramente, en plenitud creativa, con mucho por hacer, por escribir?

Me duele la muerte de Juan. Sujeto impredecible de carácter bronco y desplantes de arrogancia que le ganaron más de una enemistad, escondía debajo de sus múltiples capas de tipo duro un corazón de oro.

Generoso como pocos en el medio, fue el primer lector de mi primera novela, Gel azul, hace años. Me la hizo pedazos. "Es un cuentote", me dijo. "Pero aquí hay una novela." Y procedió a llevarme párrafo por párrafo, puliendo, recortando. ¿Qué escritor aventajado hace eso con un debutante?

Nos deja una nutrida bibliografía. De entre su producción me quedo con Tabaco para el puma, Quizás otros labios (de las cuales aprendí mucho del oficio de contar novelas) y Las mentiras de la luz, experimento estilístico con el que intentó distanciarse del registro de la novela policiaca.

Pero quizá su gran aportación social haya sido la implementación del programa de lectura entre los policías de Ciudad Neza, lugar donde pasó su niñez y temprana adolescencia. Juan tallereaba con los tiras lecturas de todo tipo de textos, desde clásicos del siglo de oro hasta novela policiaca.

El programa rindió frutos rápidamente. La tira de Neza empezó a mejorar su relación con la ciudadanía e increíblemente se volvieron más eficientes. Un hermoso experimento social que la miopía de la siguiente administración truncó a lo idiota.

Juan llevaba varios años enfermo. Se fue aislando poco a poco, dejó de frecuentar a los amigos, no volvió a responder mails ni llamadas del celular. Acaso avergonzado de estar enfermo.

Varias veces le mandé decir con amigos comunes que lo quería. Ignoro si le llegaron mis mensajes. Lo cierto es que comenzó a correr el rumor de que estaba muy grave, que no se atendía. Como quiera que sea, ayer mi amiga Mónica González me llamó para darme la noticia. Juan, nuestro Juanito, estaba muerto.

No vale la pena abundar en detalles anecdóticos. Lo que importa es que se nos ha ido un buen hombre. Un narrador talentoso y sobre todo, un humano generoso. Con sus luces y sombras.

La última vez que vi a Juan fue en Saltillo, compartimos una mesa redonda sobre género negro con otros colegas: Paco Taibio II, Paco Haghenbeck, Eduardo Monteverde, Juajo Rodríguez, Elmer Mendoza, Rolo Díez, Eduardo Monteverde, Francisco José Amparán, el propio Juan y yo. Esta misma semana, Paco Amparán murió de un infarto en Torreón. La novela negra está de luto.

Descansa en paz, carnal, donde quiera que estés. Te vamos a extrañar.

PD: Alberto Chimal escribió una nota mucho mejor que ésta sobre Juan. Puede leerse aquí.

Juan participaba en el blog colectivo Diez negritos. Aquí, una de sus muchas participaciones, una especialmente entrañable para mí, donde a la pregunta de quiénes son los escritores jóvenes más interesantes para él, responde demoledor:

Mexicano, ninguno. Los mexicanos somos caníbales. Desde que te da por ser escritor hay que romper con todos y odiarlos a todos. Nadie puede ser mejor escritor que uno.

Ese era Hernández Luna.