viernes, mayo 20, 2005

Muchas gracias a todos los que, pese a las marchas y la dificultad para llegar, estuvieron en la presentación de mi libro en Bellas Artes el pasado miércoles. La próxima será en Tijuana, el 26 de mayo en el CECUT. Me acompañan Rafa Saavedra y Ejival, pero ya pondré la información más detallada.

Por lo pronto, me siento casi obligado a tocar un tema de rabiosa actualidad:

El episodio III
Maldita sea.

Soy un fan.

Corrí a ver la última película de Star Wars gracias a la generosidad de mi amigo Ricardo Romero y la gente de Todo el Cine.

Y la experiencia me generó sentimientos encontrados.

Lo primero es la sensación de incomodidad que me produce ir a estos eventos y encontrarme a mi generación en un trip infantiloide del que irremediablemente soy partícipe. Hemos hecho de una serie de películas francamente malas objeto de un culto irracional.

La fascinación por Star Wars, que comparto con todos los que éramos niños hace veinticinco años, es la exaltación de la nada, la adoración al vacío.

Nos hemos dejado seducir por una secuencia interminable de imágenes vagamente conexas con pretensiones épicas, más producto de la visión empresarial de un aspirante a cineasta que de su talento narrativo.

Y sin embargo, como los junkies de la novela Planeta Shampoo de Douglas Coupland, nos gusta. Mucho.

Pero vamos a la cinta.

Desde los primeros compases del famoso tema de John Williams, seguida por el consabido prólogo que se desliza hacia el infinito sobre el fondo estrellado, sabemos que viene una secuencia inicial que nos dejará sin aliento.

Efectivamente, una batalla entre naves espaciales como jamás se ha filmado inunda la pantalla de pirotecnia digital que provocará mareos a cualquiera que no haya sido educado por el Atari y la MTV. Asistimos a una orgía audiovisual que intenta justificarse para narrar la caída de un héroe mesiánico hacia el lado oscuro de la fuerza.

Anakin Skywalker, hijo engendrado por una virgen en la primera (que en realidad es la cuarta) cinta de la serie, se ha encumbrado no sólo como un extraordinario piloto espacial sino como una promesa Jedi, orden de guerreros ascetas semi monásticos dedicados a salvaguardar la democracia galáctica.

Sin embargo, el senador Palpatine, quien secretamente liderea a los caballeros Sith, contraparte siniestra y antagónica de los Jedis, está empeñado en seducir al joven Anakin para que cambie de bando, conciente de su gran poder.

Quizá el problema entre otras cosas radica en el hecho de que todos conocemos el final de la historia desde hace 20 años. Anakin sucumbirá al lado oscuro de la fuerza, Palpatine disolverá el senado y se convertirá en Emperador y los Jedi serán prácticamente exterminados, dejando sólo a Yoda y Obi-Wan Kenobi en el exilio. El destino habrá de volver a juntar a Luke y Leia, hijos gemelos de Anakin y su mujer, separados al nacer tras la muerte de la madre y...

Lo demás lo conocemos todos.

Debo conceder al guión flojo y anticlimático del famoso episodio III que logró atar la mayoría de los cabos sueltos dejados por las otras cintas y que, como bien dice al inicio de la peli, "hay héroes en ambos bandos".

Es interesante ver que ni los Jedis son tan buenos no los siths tan maloras. Además de las claras alusiones que ha hecho el director dentro y fuera de la pantalla a la manera en que George Bush se ha dejado seducir por el lado oscuro de la fuerza.

Pero el resultado final es fallido, anticlimático y va poco más allá del festín audiovisual, al grado de desperdiciar las capacidades de un actor de la talla de Ewan McGregor. ¿Acaso sorprende a alguien?

No obstante, las salas de los cines de todo el mundo se abarrotarán de fans como yo que habremos una vez más de hinchar los bolsillos de don George Lucas poque entre otras cosas, maldita sea, yo la pienso volver a ver. Y es que no puedo explicar la fascinación casi adicitiva que me provocan estos personajes extravagantes con su misticismo de banqueta y sus malabares audiovisuales.

Lo cierto es que en la historia del cine, la serie de Star Wars ha marcado un parteaguas. La pregunta sería si éste ha sido para bien o nos ha condenado casi sistemáticamente a deslumbrantes blockbusters veraniegos donde lo que importan son los efectos especiales y la mercadotecnia alrededor de la película más que la historia misma.

En fin, que la fuerza los acompañe.

lunes, mayo 16, 2005

De promoción
Mañana martes 17 de mayo estaré en un chat de Conaculta a las 17:00 hrs. para promover la presentación del libro. El link al chat es aquí.

También en el programa "Café Sanborn's" que conduce Stasia de la Garza de 9 a 10 de la noche en el 1470 del AM.

Nos vemos el miércoles en Bellas Artes.

jueves, mayo 12, 2005

Pues resulta que, eh..., dentro de una semana presento mi libro de cuentos en uno de los sótanos del Palacio de Bellas Artes. A continuación, anexo el texto enviado por los camaradas de Tierra Adentro. Están todos invitados y la entrada es libre.

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Programa Cultural Tierra Adentro en coordinación con el Instituto Nacional de Bellas Artes, tiene el agrado de invitarle a la presentación del libro:

El llanto de los niños muertos

de Bernardo Fernández BEF

Participan:

Alberto Chimal,
Gerardo Sifuentes
y el autor

Modera:

Alberto Cue

Miércoles 18 de mayo de 2005, 19:00 hrs.
Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes
Eje Central y Av. Juárez, Centro Histórico, ciudad de México.
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Número 277 del Fondo Editorial Tierra Adentro

VISIONES APOCALÍPTICAS EN EL LLANTO DE LOS NIÑOS MUERTOS,
DE BERNARDO FERNÁNDEZ


Los relatos incluidos en El llanto de los niños muertos, de Bernardo Fernández, comparten una visión apocalíptica, sin importar el argumento o la época en que están ubicados.

Alienígenas disfrazados de hombres y mujeres que caminan en las calles, una jauría de leones que convierte a los humanos de la capital mexicana en su plaga, o una pareja de adolescentes que viven los momentos finales de nuestro planeta, son algunos de los protagonistas de los cuentos que integran este volumen de literatura fantástica.

El escritor, nacido en la Ciudad de México en 1972, incorpora con eficacia elementos de humor a los 11 textos de ciencia ficción que, por su naturaleza, podrían resultar aún más negros.

"Un meteorito choca contra la Tierra bla bla bla el impacto es superior a varias detonaciones nucleares bla bla bla grandes regiones son borradas del mapa bla bla bla una nube de polvo cubre el planeta bla bla bla la vida vegetal desaparece bla bla bla los humanos se extinguen bla bla bla sólo quedan organismos pequeños bla bla bla después de millones de años una nueva especie domina la Tierra bla bla bla los humanos nos convertimos en dinosaurios para los conejos", reza el tercer apartado de su relato Siete escenarios para el fin del mundo y un final final.

Bernardo Fernández, también conocido como Bef, es autor de cuentos para niños, historietista, grabador, diseñador e ilustrador. Recibió el Premio Nacional de Periodismo por su participación en Complot, publicación en la que se desempeñó como director de arte. Es cofundador de la editorial Pellejo/ Molleja, donde ha editado y diseñado la revista SUB y la compilación de historietas de ciencia ficción Pulpo Cómics. Este año ganó el Premio Nacional de Novela Otra Vuelta de Tuerca.

Además es autor del libro de cuentos ¡¡Bzzzzzzt!!, así como de los volúmenes de literatura infantil Cuento de hadas para conejos y Error de programación, coeditado por el Conaculta. Su obra narrativa está incluida en antologías como Nuevas voces de la literatura mexicana, publicada en 2002 por Joaquín Mortiz.

En los relatos de El llanto de los niños muertos, el autor accede sin temor a múltiples subgéneros de la literatura fantástica, muchos de ellos ubicados en nuestro país e inspirados ?como lo indica en Post Scriptum, el epílogo de su libro? en personajes reales, como políticos o conductores de televisión.

lunes, mayo 09, 2005

Una disculpa obligada

El último post que escribí ofendió a varias personas, incluida gente que quiero mucho, por lo que me siento obligado a retirarlo y hacer una aclaración:

Respeto profundamente la convicción de las personas que apoyaron a AMLO durante todo este fallido proceso por sacarlo de la jugada. Y estoy convencido de que muchas personas valiosas, ciudadanos comprometidos con nuestra naciente democracia, acudieron a las movilizaciones de resistencia pacífica en defensa de nuestro país.

A todos ellos el resto de los mexicanos debemos de agradecerles su participación activa que por una ocasión ha logrado darle la vuelta al gobierno federal y obligarlo a corregir el rumbo en una arbitrariedad, algo impensable apenas del sexenio pasado hacia atrás.

Quisiera unirme al júbilo de todos ellos, pero veo con desconfianza a Andrés Manuel. Después de haber simpatizado con él, temo que se ve a sí mismo como un caudillo de la democracia y, lo siento, no creo tanta belleza.

Como tampoco confío en el grupo compacto que le rodea. López Obrador y su gente no sólo llevan mal las finanzas de la ciudad sino que además lo hacen de manera dudosa. Es información objetiva, hard data, publicada el día de hoy de los diarios.

Vuelvo a disculparme con todos las personas que de manera genuina han apoyado al tabasqueño y creo no equivocarme al decir que más que a AMLO, lo que apoyaron fue a nuestra democracia. Les ruego me perdonen por no ver en López Obrador al candidato ideal para la presidencia del país. Lo malo es que no veo a tal persona por ningún lado.

lunes, mayo 02, 2005

Recuerdo con cuando una tarde de 1983 mi papá llegó con Alfredo y conmigo a decirnos: "Hoy por la tarde murió la abuela."

Esa fue la primera vez que supe de alguien que moría. Alguien cercano.

El domingo pasado, muchos muertos y muertas después, llamó mi mamá para decirme que mi abuelo paterno, llamado Bernardo igual que mi papá, igual que yo, murió mientras dormía.

(Y si no lo había posteado hasta ahora, una semana después, fue exclusivamente por ti, Metuca).

Tras el viaje a Monterrey, había pasado la noche en casa de mis papás. Con Cynthia en la sultana del norte, pocas ganas tenía de llegar a dormir solo.

Por ello me fui caminando hasta la casa donde creció mi papá, apenas a unas cuadras (aunque no pocas veces me pareció que la distancia entre ambos hogares era más grande que la que había entre cualquiera de ellas a Monterrey, por ejemplo).

Ahí estaba el viejito. Tendido en un sofá, como dormido. Con una expresión de tranquilidad que no era común en él. Decían que estaba frío. No quise comprobarlo.

Mi abuelo fue un sujeto muy especial, hijo menor de una familia de 22 hermanos venidos desde Silao, Guanajuato, donde mi bisabuelo era dentista y mi tatarabuelo, el juez del pueblo.

Nacido en 1913, su padre murió al poco tiempo. Mi bisabuela, en un arranque por el que sigue siendo reprobada, decidió meter a sus últimos tres hijos a un hospicio. Ahí creció Bernardo, junto a sus hermanos Javier, que aún vive en Salinacruz, y el difunto Guillermo (llamado por mi abuelo "Perjodico", apodo tan absurdo como críptico).

Del hospicio, el abuelo, como le llamábamos todos en la familia --jamás abuelito-- se fue a la escuela industrial, donde debió aprender algún oficio. Ahí fue compañero de Banca de varios distinguidos mexicanos, entre otros de don Alejo Peralta y Francisco Pérez Ríos.

No fue un abuelo amoroso. Todos mis primos pueden constatarlo. Era un hombre bronco y explosivo, con una iracundia que contrastaba con su talla diminuta. Sin embargo, a la par de tan mal carácter, tenía un corazón generoso que lograba compensar sus violentos despliegues con la misma espontaneidad desconcertante. Sé que esto suena a lugar común, por ello ofrezco evidencias a continuación:

"Tu papá era amigo de grandes personajes", le dijo alguna vez alguien a mi papá, "pero siempre estuvo con el jodido."

Dio prueba de ello una vez en los años 50, cuando unos niños colocaron un petardo en el escape de un cadillac que acababa de comprar mientras él entrevistaba a alguien en Polanco. El auto ardió hasta consumirse y los niños, hijos de la portera de un edificio, fueron a dar al Tribilín. Fue el propio abuelo quien fue a sacarlos.

Hay decenas de anécdotas similares. Mi tía Bertha cuenta que cuando eran niños, constantemente llegaban a tocar a la casa de madrugada para pedir que el Abuelo ayudara a desfacer un entuerto. Decenas de veces salió por la nocha a sacar a alguien de la cárcel, a alivianar a algún amigo.

Pero era duro con la familia.

Quizá sólo mis primas menores, Irma y Gabriela, puedan dar constancia de una dulzura que se fue apoderando de él a medida que envejecía, pues para ellas fue la figura paterna, papá y abuelo a la vez, y no pocas veces lo vi dar gestos de inusitada ternura con ellas.

Su biografía y la de mi abuela me son nebulosas. Ella era maestra y fue de las primeras mujeres en pisar la Facultad de Filosofía y Letras, a finales de los 30. Sé que el abuelo estudió algo de ingeniería. pero lo abandonó para trabajar y hacerse periodista.

Su pasión por los toros, deporte (?) que aborrezco, lo hicieron convertirse en cronista taurino. Pero ¿en qué periódico empezo? ¿En qué año? Son datos que ignoro.

A cambio sé, por ejemplo, que era el último fundador vivo del Esto. Él contaba --porque era un conversador delicioso cuando se lo proponía-- que estaban reunidos varios periodistas alrededor de una mesa del café Tupinamba, en la calle de Bolívar, pensando cómo le iban a poner al nuevo periódico, cuando llegó alguien y dijo "¿Y cómo le vamos a poner a esto?", "Pues Esto", contestó otro. Él estaba ahí.

Su nombre de pluma, que llevó durante prácticamente toda su carrera periodística fue Macharnudo. No remitiré aquí el origen y significado del apodo, como dije, los apelativos de mi familia son crípticos y absurdos.

Macharnudo fue un viajero incansable, enamorado de España. De la España de Sarita Montiel y Luis Miguel Dominguín, que no de la de Franco, con quien nunca simpatizó y siempre expresó su simpatía republicana.

El yugo del generalísmo no le impidió cruzar varias veces, más de veinte, el Atlántico. En no pocas recorrió un buen trozo de Europa y hasta a Tánger, la Tijuana africana, llegó en alguna ocasión.

Fue precisamente en uno de esos viajes, el último, en el que tuvo un accidente que nunca hemos terminado de esclarecer. En mayo del 2000 mi abuelo apareció sentado en una banqueta de Lavapiés, bravo barrio madrileño, con la mente en blanco y balbuceando frases inconexas, víctima de un asalto a manos de una pandilla de adolescentes árabes. Aquel Madrid amado por él, al que cantaba Agustín Lara, se había convertido en el de Pedro Almodóvar y Álex de la iglesia.

A partir de entonces, hace ya un lustro, comenzó el declive de quien fuera amigo de Cantinflas, Zabludovsky, El Cordobés, Eloy Cavazos, Abel Quezada, Renato Leduc, Sergio Méndez Arceo, Alfredo Leal, Manolo Martínez y prácticamente todo aquel que fuera alguien en el mundo del toro.

Macharnudo, un testigo privilegiado del siglo XX, fue apagándose poco a poco, sin poderse recuperar nunca más del accidente madrileño.

Poco después de volver a México se dio cuenta de que ya no podía leer. No entendía las grafías. "Hijo", le pidió a mi papá, "Por favor cómprame unos lentes nuevos, estos ya no me sirven". Papá le compró los de mayor graducación. "Estos tampoco me sirven", dijo. Ya no habría ningunos que le permitieran leer. Ello debió ser muy difícil para el lector voraz que era.

También le quedó afectado algún centro del habla. Confundía sitemáticamente los géneros, llamándome hija a mí e hijo a mi prima Lola, por ejemplo.

Paulatinamente, mi viejo fue enmudeciendo. Pronto dejó de hablar. Era un rehén de su senilidad en la cárcel de su cuerpo.

Aquello debió ser muy difícil. Fue en estos últimos años que mi papá comenzó a cuidarlo. Lo bañaba, rasuraba y llevaba al doctor. Tuvo la oportunidad de reconciliarse un poco con quien fue un papá tan difícil.

Saltará a la vista que el abuelo me causa sentimientos encontrados. Siempre fue una relación difícil, después de todo llevo su nombre. Hubiera querido un abuelo más dulce, como mi papá y tías hubieran deseado un papá menos bronco, pero no lo hubiera cambiado por nadie. Después de todo, ¿de quién sino de él pude heredar la vocación por las palabras?

Descansa en paz, abuelo. Te vamos a extrañar.