Tras haber ido a ver Zurdo de Carlos Salces y Adaptation, que en español conserva el bello título de El ladrón de Orquídeas, no puedo evitar reflexionar sobre la condición del cine mexicano frente a la gran industria cultural norteamericana.
Pareciera que mientras el cine norteamericano requiere cíclicamente de un enfant terrible que sacuda el medio y se ponga de moda un tiempo hasta agotar su fórmula (recuérdese a Tarantino hace diez años), el nacional parece estar compuesto únicamente por óperas primas de directores que ante el fracaso comercial de sus cintas, se refugian el resto de su vida en la producción de comerciales o la dirección de telenovelas.
Al menos eso arrojaría un análisis superficial.
Lo cierto es que la gran diferencia entre ambas cintas no está en los recursos, ni en el talento de los intérpretes ni la dirección ni en el despliegue técnico. Lo que separa a ambas cintas se puede reducir a una palabra: guión.
Desde luego, El ladrón de orquídeas (es la primera vez que me gusta más un título traducido que el original) trata sobre un guionista y el desarrollo o tortuosa construcción de una historia, tema que le resulta entrañable a todos aquellos que narramos historias. Pero lograr dar complejidad a un tema tan aparentemente banal como el de un coleccionista de orquídeas que se roba un raro ejemplar con ayuda de unos indios y lograr una cinta donde la realidad y la ficción se entremezclan alrededor del delirio y el bloqueo creativo de un escritor no es cosa fácil, y la película de Spike Jonze asale airosa de la prueba.. A partir de ello, la cinta no sólo envuelve al espectador en sus obsesiones sino que además logra dar profundidad a personajes tan extravagantes como el propio ladrón de flores.
Zurdo, por el otro lado, narra la vida de un niño, prodigioso jugador de canicas, que se ve envuelto en una apuesta pantagruélica contra el campeón caniquero del pueblo rival.
Juro que fui a verla sin prejuicios, con ganas de gozar la película. Pero la historia se cae. Nunca logré conectarme con el personaje del niño, que es un mocoso arrogante y mamón, no pude entender que la cinta justifique la mezquindad que genera en todos los personajes las apuestas que se corren alrededor del encuentro caniqueril, ni supe cuál era el atractivo de unos villanos que parecen salidos de la cruza genética de Odisea Burbujas y Cachún Cachún Ra Rá (¿qué clase de punks son esos?) y francamente me parece que la historia se vuelve tediosa a la mitad, cuando ya quieres que se acabe de una maldita vez.
Todo esto para decirlo claramente: en México hay buenos actores, hay directores muy talentosos, hay fotógrafos extraordinarios (creo que siempre ha sido un cine más visual que de contenidos), pero pareciera que los guionistas no existen.
Por ello no me extraña que con todo y soundtrack de Paul Van Dyk, actuaciones de luminarias telenovelescas como Alejandro Camacho o el rey del humorismo mongol, Eugenio Derbez, y una ubicua campaña publicitaria, Zurdo, sea un fracaso comercial.
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