Bajo un cielo ajeno (5 y final)
París tiene también una cara muy jodida.
Lejos de los museos y los monumentos, de los bulevares y los palacios, hay un París de bares sórdidos y supermercados baratos, de interminables unidades habitacionales y cañerías pestilentes, de prostitutas inmigrantes y pandillas de adolescentes árabes sin futuro. Una ciudad hostil. Un lugar de mierda.
Buscaba el Museé Picasso por un barrio desierto, sin éxito. De pronto, un francés se me acercó con un mapa para preguntarme por una calle.
"Je ne parle pas le Française", le insistía en inglés y español. Cuando estuvo seguro de que era extranjero hizo una seña imperceptible que atrajo a dos sujetos de tipo árabe.
"Police", se identificaron, mostrándome una placas de juguete. Exigieron ver mi pasaporte.
Había oido de este tipo de estafas, más comunes en Europa del Este. Luego dirían que mi documento era ilegal o exigirían ver mis dólares para de inmediato decir que eran falsos o alguna trampa similar para turistas suecos o canadienses. No para un natural del De Efe.
Empecé a alegar con ellos. "Si no aparece una patrulla, no te muestro nada". Ellos insistían, se estaban irritando, incluido el del mapa.
Entonces entendí que me estaban atracando, que eran tres y que yo estaba en desventaja, perdido en un barrio extraño bajo un cielo ajeno.
"No te enseño nada" y me di vuelta para salir corriendo con mi torpeza endémica. Cuatro, cinco cuadras hasta llegar a una avenida. No me detuve hasta el metro. El sabor del miedo inundaba, amargo, mi paladar.
"Hijos de la chingada", mascullé en voz alta, sentado en las escaleras.
Sigo sin conocer el Museé Picasso.
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