Bajo un cielo ajeno (3)
"...Aquellas son tumbas romanas", dijo Said señalando unos agujeros perforados en el suelo del risco.
Abajo reventaban las olas del Mediterráneo. Al otro lado del mar, apenas a unas millas, Europa desdeñaba al África. Pero aquella tarde a Tánger parecía no importarle.
"Y esa", continuó diciendo nuestro guía improvisado, "es la casa de Gore Vidal; ahora vengan por acá".
Lo seguimos por calles polvorientas, sin pavimentar. La gente pasaba saludando a Said que bromeaba con ellos en árabe. Las mujeres, cubiertas de velos, parecían indiferentes a nosotros.
"Hace calor, ¿ah? ¿quieren una soda?" y sin que contestáramos nos metió en un zaguán.
Era una chabola miserable que me recordó una marisquería acapulqueña. Said nos sentó afuera, en una terraza alrededor de una mesa de lámina con el logo de coca-cola en árabe y ordenó unos refrescos.
Pepe y Deyanira pidieron coca-colas. Yo, un refresco local de naranja que se llamaba Hawaii. El mesero nos sirvió primero a los hombres. A ella al final.
La cabañita estaba llena de gente que fumaba kif. Said nos ofreció una vez, pero no insistió.
A lo lejos se escuchaba el llamado al rezo.
Ahí adentro nadie le hizo caso.
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