lunes, junio 27, 2005

En busca del Papayo (2)

Quizá nos aferramos a los recuerdos por que ya sean agrios o dulces, son lo único que nos deja el tiempo a su paso por nuestras vidas.

Y es que esa mañana descubrí que estaba a sólo unos cuantos pasos de mi vieja primaria.
La oficina del cliente que había ido a visitar está literalmente a unos metros del número 50 de la calle de Mérida.

Entré a la escuela temeroso de mis viejos fantasmas. El lugar ya no me era reconocible. Veinte años de transformaciones y mis ojos de niño sustituidos por un par de globos oculares de adulto ahuyentaron cualquier dèja vu que haya querido rozarme.

Fui directo a una ventanilla que decía INFORMES. Maldita vocación burocrática. Frente a mí, una pareja solicitaba los requisitos para inscribir a su hijo al colegio (o hija, ahora esas escuelas son mixtas). Quise decirles que no lo hicieran, que ése no era un lugar donde los niños fueran felices, pero después de todo, ¿a mí qué diablos me importaba?

Cuando la pareja se fue, pregunté por Don Félix. Incidentalmente, Félix significa "feliz".

"Permítame", y tomando un teléfono le preguntó alguien por él, "sí, el hermano viejito, por que lo buscan acá afuera."

Colgó y me dijo que estaba ocupado en ese momento como jurado del concurso de oratoria.

Flashback interno en mi cabezaa aquellos concursos en los que, por ejemplo, todo quinto de primaria llenaba el auditorio para oir declamar a los concursantes, que siempre eran los mismos año tras año.

Recuerdo un tal Eric Álvarez Taylor que por ahí de cuarto se fracturó una pierna y trepaba al estrado trabajosamente, poniendo una cara de compungido que añadía teatralidad (e impacto) a su número.

O a un sujeto, de apellido Ponce de León, que declamaba sus piezas como locutor sobreactuado de radionovela de terror.

De vuelta al siglo XXI, entendí que los ritos de los maristas no se modenizan. Me imaginé a los mismos personajes, repetidos al infinito en cada grupo, año tras año. Los mismos estereotipos en cada salón, donde lo único que cambia son los rostros.

"Muchas gracias", dije. "Yo vuelvo otro día", y salí de ahí, para volver un par de días después.

Esta vez, con mejor suerte.

No hay comentarios.: