La Aldea, de M. Night Shyamalan
Como aún no logro que, como a mi querida Eugenia Robleda me inviten al cine de gorra de manera permanente, a veces no voy con la frecuencia que desearía.
Sin embargo, ayer pude romper el ayuno cinematográfico en compañía de Cynthia y Eneas. Nuestros pasos nos llevaron al Cinemark Polanco (debo decir que prefiero los Cinemex) a ver la última cinta de M. Night Shyamalan.
El cineasta, nacido en la India pero inmigrado a un suburbio de Filadelfia desde muy niño, ha construido su prestigio a través de una serie de películas cudadosamente escritas por él mismo, todas de corte fantástico. Su filmografía incluye Sixth Sense, Unbreakeable (para mí, la más raboncita) y Signals, todas ellas éxitos de taquilla, además de dos cintas previas hoy olvidadas.
Hitchcockiano hasta la médula, M. Night parece querer construir su filmografía alrededor de una serie de obsesiones circulares a las que regresa en cada película, igual que el genial gordo inglés. E igual que éste, hace un cameo en todas sus cintas.
The Village no es la excepción. Todos sus elementos distintivos están aquí: una historia situada en Pennsilvania en un entorno afectado por una presencia sobrenatural con un final inesperado.
Así, asistimos a la vida cotidiana de una comunidad rural a finales del siglo XIX, aislada del resto del mundo por un bosque que la rodea, habitado, se dice, por seres malignos y sanguinarios: los inmencionables ("those we don't speak of").
Tras una larga tregua pactada con aquellos seres, éstos parecen regresar a asolar la pequeña aldea, sembrando el miedo entre los aldeanos, siempre auspiciados por las penumbras.
Reiteradamente, un joven valeroso, interpretado por Joaquin Phoenix, pide permiso para cruzar el bosque en aras de abastecer a su comunidad de medicinas, ante el reciente deceso de un niño que murió, se entiende, por una vulgar infección.
Poco a poco, el director desgrana ante nosotros el complejo microuniverso del pueblo, gobernado por un consejo de mayores que parecen guardar un secreto "en cada rincón de la aldea".
La fotografía es soberbia en su frugal elegancia, acompañada de una música incidental bellísima que nos sume en la fría melancolía que envuelve a este pueblo en la medida que el verano agoniza para dar paso al otoño.
Al igual que en el guión de Vertigo, de Hitchcock, la compleja estructura de la historia ve develando poco a poco un secreto oculto que permite dos vueltas de tuerca inesperadas y sorpredentes, que algunos críticos han acusado de jaladas y poco plausibles.
Me parece, sin embargo, que la historia es redondita, sólida, y se mantiene firme y coherente hasta el final. Creo, sin embargo, que no es una cinta para todos los gustos. Los enemigos de las sorpresas deben abstenerse, al igual que aquellos incapaces de suprimir voluntariamente su incredulidad durante dos horas.
En fin, una gran historia bellamente fotografiada en la que muchos han visto una elegante alegoría al gobierno de Bush y su paranoia frente al terrorismo.
No la dejen pasar...
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