lunes, enero 31, 2005

Fuck Nahum Acosta

Hay dos noticias recientes que me parecen espeluznantes.

La primera de ellas se refiere al suicidio de una jovencita de escasos 14 años ante la deseperación de verse inmersa en una deuda por 3000 machacantes, producto del narcomenudeo. Resulta que la niña, Stephanie, vendía cocaína en su secundaria.

Incapaz de pagar, se ahorcó.

Horror.

La otra se refiere al descubrimiento y consignación de un topo en la oficina de la presidencia, encargado de informar detalladamente a los narcocapos sobre las actividades del presidente de la República.

Deberíamos estar alarmados.

Son muchas las cosas que me preocupan. Hacen ya 20 años de que estuve en la secundaria. No sé si era porque mi escuela era un colegio católico totalmente reaccionario o yo excesivamente ñoño, pero no recuerdo haber visto nunca una grapa de coca entre mis compañeros.

¿Marihuana? Sí, se rumoraba de ella, pero no era algo que se acostumbrara. Incluso era mal visto. (Eso sí, cómo se toleraba el alcohol...)

Las drogas no me son ajenas. Sólo puedo decir que probé y no me gustaron. Incluso he sido llamado moralista y mojigato por más de un amigo pacheco. Mi respuesta: no las necesito. Ultimadamente, como dijo el gordo Zárate cuando llegó a una fiesta con una lata de duraznos en almíbar: "cada quien sus vicios". Y hace varios años que adopté la filosofía punk radical de no drogas, no alcohol, no café, no tabaco. Instrumentos todos de control político.

Pero volviendo al asunto que me ocupa, creo que todos hemos sido responsables de la colombianización de nuestro país.

Todos aquellos que alguna vez compramos o consumimos alguna droga. Todos los que lo toleramos.

No me queda duda: la única solución es la despenalización. Acaso las llamadas drogas blandas primero. Quizá las duras después.

De lo contrario, esta guerra inútil está perdida. Y de ambos lados.

Me vienen a la cabeza muchas preguntas. ¿Cómo se aproximaron estos sujetos al tal Nahum? ¿Así como va, buenas tardes, somos narcos y queremos infiltrarnos en la presidencia? ¿O se conocían de tiempo atrás? ¿Cuánto tiempo duró este sujeto informando a sus patrones? ¿Y qué pensaba, cómo se sentía? ¿Fue por dinero? ¿Estuvo presionado por otro lado? ¿O sería tan cínico como para abrir la manota y gozar del dinero del narco?

Nunca como ahora me parece vigente el libro Drogas: la prohibición inútil, coordinado por Jorge García Robles y con textos de Terence MCKenna, William Burroughs, M. A. Granados Chapa y anexas, publicado por Ediciones del Milenio, me parece, hace ya varios años.

¿Acabará algún día todo esto? ¿En dónde va a terminar este país que parece desmoronarse? ¿A dónde nos iremos cuando nos lo hayamos terminado? No tenemos otro.

A Stephanie no la mataron sus proveedores de narco menudeo. La matamos todos los que alguna vez hemos engrasado la maquinaria corrupta que hay detrás de cada toque, de cada pase, de cada aceite o tacha. La matamos todos y me siento muy culpable de que esta guerra, que debería ser cosa de grandes (y de ojetes, como el tal Nahum) no respete edades ni géneros.

No es un buen momento para ser joven, nunca lo ha sido. Pero a Stephanie le tocó la peor parte de este ballet macabro que se desarrolla frente a nuestros ojos sin que haya guapo valiente que no sólo le ponga el cascabel al gato, sino que le haga frente con agallas.

¿Pero quién quiere derramar su sangre? ¿Quién, convertirse en otro mártir anónimo de esta lucha inútil?

Lo único que puedo ofrecer a la memoria de tantos muertos es continuar en mi posición antidrogas hasta que no se legalicen y se dé al traste con el negocio. Uno nunca sabe qué gobernador-procurador-sicario-capo está detrás de cada toque, aparentemente tan liberador de la conciencia.

Lo único que puedo sugerir es que si el miedo no nos deja dormir, que al menos la conciencia no nos moleste.

Perdón, Stephanie. Fuck you, Nahum.

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