Mean Green
Después de ver la extraordinaria película brasileña Ciudad de Dios, cometí el error de ir a ver Hulk, de Ang Lee. Por si a alguien le interesa mi opinión, hela aquí:
Es muy triste ver la gran crisis del cómic norteamericano de superhéroes. El reclimaniento espiral de las mismas historias termina por agotar la fuente más fértil. Es cuando se echa mano de los recursos desesperados. Tal es el caso de esta movie.
Todos recordamos, la mayoría por la serie de TV y algunos otros por los comics, al simpático Hulk. En las historietas, el dr. Bruce Banner, brillante científico a la orden de la milicia gringa, desarrolla una bomba de rayos gamma (?). Cuando la van a probar, en una base militar en medio del desierto, se dan cuenta de que un beatnik pideaventones se ha internado en la zona de detonación. El nerd de Banner lo salva heroicamente, pero se ve expuesto a la radiación. Aparentemente no le sucede nada, pero a la siguiente vez que hace una rabieta... UF.
En la telera, el dr. David Banner (nótese el cambio de nombre) interpretado por el difunto Bill Bixby experimenta con lo que parece un sillón de dentista. Se ve expuesto a la radiación gamma y cada vez que él se irrita... lo sustituye Lou Ferrigno para romper paredes de unicel y lanzar piedras de cartón piedra.
Más o menos la misma idea. Una historia bobalicona, a la altura de la muy raboncita pluma de Stan Lee (eso sí, con el extraordinario dibujo de Jack Kirby, al menos en sus primeros números).
Pues bien, un grupo de ejecutivos de Hollywood llama a Ang Lee, impresionados (como todos nosotros) por la belleza de El tigre y el dragón y le piden que en lugar de hacer una cinta de Hulk, haga una de Ang Lee donde el tema sea Hulk. Por supuesto, el resultado es desastroso.
Poner a un autor de cine de arte a maquilar el más corporativo de los productos fílmicos de este verano puede parecer un bonito experimento. Desgraciadamente devino en un mal chiste. El director, desacostumbrado a la atmósfera excesiva de los comics, se mueve con gran torpeza en el mundo de los superhéroes Marvel, llegando al grado de echar mano de una edición experimental que intenta, sin éxito, imitar el lenguaje de los comics. Por otro lado, intenta dar dimensión humana a personajes planos con actores de un registro muy limitado, como la hermosa Jeniffer Connelly (mamita), quien no por guapa es buena actriz, o el debutante Eric Bana, que tiene un repertorio de dos caras: inexpresiva y más inexpresiva.
La modificación de la historia en aras de crearle un personaje al desperdiciado Nick Nolte no sólo entorpece la película, sino que la desemboca en un final anticlimático al que el espectador siente que le ha tomado demasiado tiempo llegar como para que no suceda ¡nada!
En fin, una cinta hecha por encargo que dentro de veinte años estará en el mismo olvido que la adaptación de Popeye que hiciera el respetadísimo Robert Altman en 1980 (¿alguien la recuerda? Una mielda, caballero). Hacia 2020, Ang Lee la verá como un tropezón, quizá provechoso en lo económico, pero tropezón.
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