Los niños...
En días recientes, la terrible noticia de un niño de nueve años que disparó a su amiguito con un rifle sacudió nuevamente a la opinión pública.
Lo grave, muy grave, es que de acuerdo al Diario Monitor, en lo que va del años, once niños (incluyendo a Édgar, el último de esta lista infame) han sido heridos por amiguitos portadores de armas.
Once. Más de uno por mes.
Lo más grave, cabe señalar, es que pese a la indignación que ha producido el caso (he escuchado montón de gente llamar por teléfono a los radio noticieros para exigir la cabeza del pequeño criminal), pareciera que poco a poco habremos de irnos acostumbrando a este fenómeno de la violencia de nuestra megaciudad hasta que no provoque escándalo.
En un círculo vicioso interminable, la situación económica genera desempleo que a su vez produce inseguridad que en su turno eleva los índices de criminalidad lo que anima a los ciudadanos comunes a armarse para defenderse y cuando el niño da con el arma, deformado por la nueva niñera en que hemos convertido a la televisión y pensando que al igual que en los videojuegos, todos tienen tres vidas antes de felpar, le dispara al amiguito o se la lleva a la primaria y mata a algún compañerito durante el recreo (eso, si el retroceso de la arma no le disloca el hombro o le arranca el dedo).
¿Qué hacer? Los cínicos propondrían que les enseñaran a los niños a tirar (y a los papás, desgraciadamente hay una gran desinformación respecto al uso de las armas que suele devenir en tragedia).
Crecí en un hogar donde siempre hubo armas. Una de las pasione juveniles de mi papá fue el tiro. Cada que adquiría un arma nueva, llegaba a casa, no las mostraba, podíamos tocarla, y luego la guardaba, pero nunca, NUNCA, cargada.
Hoy no quedan pistolas en casa de mis papás, pero temo que si bien esa fue la solución en mi casa, lo que hace falta aquí es una solución de fondo, y lo que esta moda macabra revela es el profundo estado de descomposición social en el que está inmersa la sociedad mexicana.
El horror, el horror...
Índigo Blues
Hace poco oí por primera vez sobre los niños índigo en un programa de radio. Movido por la curiosidad, quise profundizar en el tema. Pero cuando busqué información sobre la persona a la que escuché hablar del tema, di con una página en la que la mujer decía ser contactada OVNI, haber tenido percepción de presencias sobrenaturales desde adolescente (espíritus, ¡ángeles!) y una sarta de supercherías similares que me desanimaron.
Luego leí la columna La ciencia por gusto de Martín Bonfil en Milenio Diario, de la cual soy asiduo, y en ella echó por tierra los flacos argumentos a favor de los famosos niños índigos, que son llamados así por que supuestamente de ese color retrata su aura (!).
Lo malo no es que haya charlatanes. El problema es la necesidad de la gente de creer en algo, y lo jodido es que se lucre con ello con riesgos graves. Leí en un foro sobre una mamá que detectó comportamiento muy extraño en su bebé y concluyó que era índigo. A la postre no sólo resultó que los gurús de la indiguez eran unos estafadores, además se descubrió que el origen del extraño comportamiento del niño era un tumor cerebral, pero en lo que la pobre mujer, con necesidad de ver en su hijo a un ser especial, perdía tiempo con esos chalatanes, la enfermedad avanzó más allá de lo fácilmente tratable y ahora su hijo está en grave riesgo de morir.
Es una mala época para ser niño, me parece...
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