Fin de viaje
La visita a Oaxaca termina.
Mientras el domingo agoniza, la hora de volver a la ciudad de México se aproxima.
Ha sido muy extraño re encontrarme con todas aquellas historias de mi familia, con el pueblo de mi abuelo y mis primas, las hijas del cacique, con aquellas historias de sus vidas que parecen arrancadas de otros tiempos, que tanto me recuerdan las historias de Macondo.
Oaxaca se debate entre la modernidad y el subdesarrollo. En ningún otro lugar del país el término subdesarrollo es tan vigente. Después de visitar la un Monterrey ultratecnificado y gringo y una Zacatecas mantenida por las remesas de los mojados, la miseria oaxaqueña no sólo es extraña, sino que se vuelve insultante.
Pareciera que el tiempo es incapaz de pasar por aquí y que la palabra modernidad y el término justicia social fueran palabras ajenas al español, que las mascaran en inglés los turistas gringos y se mantuvieran incomprensibles para los locales.
Y sin embargo, ello es parte de su encanto.
Si de algo sirivó este viaje fue para reconciliarme con algunas de mis raíces, que ya estaban muy resecas y diluidas, para no olvidar que mi abuelo, el ingeniero agrónomo, algún día fue un indio crudo, para usar el término racista que utilizó mi tía abuela, y que para bien o para mal, un buen cuarto de mis cromosomas fueron regados con el agua del río Grande de Cuicatlán.
Nos leemos en México.
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