Blue eyes

Tavo Osante es un hombre rudo.

Hijo de inmigrantes españoles venidos del norte de España, es el penúltimo de una familia de caciques que asolaron Cuicatlán por lo menos durante buena parte del siglo anterior.

Los Osante llegaron al pueblo y se adueñaron del agua, de la tierra, de los negocios, de todo.

Deben haber sido de mano dura. Hoy no son gente querida.

Tavo, uno de 12 hermanos de los cuales sólo quedan tres, tomó por esposa a Teresita Altamirano, prima de mi mamá, hija de Papá Milito, primo hermano de mi abuelo. En su tiempo debe haber sido una mujer hermosa.

Papá Milito mismo es un personaje digno de habitar Macondo. Le recuerdo ya con el cabello blanco y completamente sordo. Era un anciano elusivo que pasaba más tiempo andando la sierra que en Cuicatlán. Hablaba poco pero decía disfrutar enormemente las tiras de "Mutt y Jeff".

Tavo Osante, hombre macho y mujeriego, tuvo cinco hijas y un varón. Durante años fue el terror de Cuicatlán, temido por sus enemigos, respetado por los amigos. Un hombre como ya no hay, curtido por los balazos y el mezcal.

Hoy es un abuelo diabético que atiende por las mañanas un puesto de frutas en el zaguán de su casa, a un lado del templo de Santo Domingo. Por las tardes cuida a sus nietos.

De aquel feroz cacique sólo queda un par de fulminantes ojillos azules que siguen brillando con furia, pero que hoy parecieron desarmarse cuando le dije que guardo un cariñoso recuerdo de él, de las visitas de mi niñez a Cuicatlán. Por un momento pareció conmoverse.

"El tiempo destruye todo", rubricaba Gaspar Noé su fulminante película Irreversible. No sé si sea cierto, lo que puedo afirmar es que, al menos en Cuicatlán, el calor devora todo. Incluso hasta a Tavo Osante...