viernes, octubre 02, 2009

El pasillo del azúcar



Se llamaba Raquel. Era una niña larga, larga, blanca, blanca. Iba conmigo en la primaria y tengo grabado a fuego en la memoria una manñana de segundo de primaria en que llegó a decirme en el salón "hoy mataron a John Lennon."

Yo me fui de esa escuela. Estudié en un colegio católico de puros hombres (algo así como un reformatorio).

Pasaron los años. Con ellos, la vida siguió.

Años después escribí "El pasillo del azúcar", cuento sobre una niña que descubre que su maestra es un mutante. Híbrido de horror y literatura infantil. La protagonista natural fue Raquel, mi amiguita de la primaria. Tenía treinta años de no verla.

El cuento fue rechazado de varias editoriales infantiles. Lo acabé publicando en El llanto de los niños muertos, una antología personal de cuento fantástico.

Años más tarde, en este mismo blog apareció un comentario de ella. "Soy Raquel, de la escuela Bélgica. ¿Me recuerdas?." Eso, y un mail de TV azteca. No más.

Llamé a la televisora. Pedí por Raquel Gómez. Era ella.

Fue muy emocionante.

Nos vimos en un café. Fue hermoso recordar de golpe una niñez casi olvidada, bloqueada.

"Siempre estuve enamorada de ti", me dijo, "pero tú sólo tenías ojos para Angélica."

Recordé que ella me dio mi primer beso, un beso esquimal de roce de narices a los ocho años. Ella me recordaba dibujando siempre. Yo, como una líder natural, llena de carisma. Desde luego, le regalé el libro con su cuento.

Raquel había hecho su vida. Divoriciada. Dos hijos casi adolescentes. Su hija era fan de Mamá Pulpa. Yo salía de una ruptura dolorosa, una relación de un año que me había dejado hecho mierda. Prometimos volver a vernos.

Lo hicimos apenas un par de veces más. Una vez tomamos café en Coyoacán, casi dos años después. Me dio una noticia brutal: tenía cancer en el sistema linfático. Un tumor repartido por todo el cuerpo que ocuparía, amasado, el tamaño de una bola de básquetbol.

Ello no le impidió correr un par de maratones. No sé cómo lo hacía.

Ya desde esa vez llevaba una peluca. La ví casi tres años después. Me la encontré en el metro. Iba a consulta al Centro Médico. "Me voy a casar", le dije. Se alegró mucho. No llevaba peluca. Había perdido todo el cabello. Aún así se veía bonita.

Arturo García Abraján, célebre librero, era un amigo mutuo. Siempre que nos veíamos planeábamos juntarnos con Raquel a tomar un café o algo. Nunca lo hicimos.

En la primavera Arturo me llamó. "Paisano, te tengo una mala noticia: Raquel falleció hace unos días."

Apenas en la navidad habíamos hablado por teléfono. La escuché cansada. "Lucha", le dije. "Por tus hijos." El cáncer la venció. Perdió el último combate, ella que había sido cinta negra de karate.

Ese mismo día, cuando supe la noticia, fui a una entrevista con la gente del programa del Hueso, en la XEW. Marisol Gasé, una de las locutoras, había estado en el mismo salón que Raquel y yo. No nos veíamos desde niños. Lo primero que hizo fue preguntarme cómo estaba Raquel.

"Murió", le contesté. Nos quedamos viendo. Nos abrazamos. Dejé escapar una lagrimita. De inmediato entramos al aire. La vida seguía.

Ahora, en el encuentro de escritores de Monterrey decidí leer el cuento. A Rebeca, mi esposa, le encanta esa historia.

Es un pequeño homenaje. Va dedicado a ti, Raquel, donde quiera que estés.

PD: El amigo que dice que no es poeta y tiene poemas para demostrarlo es el gran José Luis Zárate.

(Gracias a mi carnal, el Mudo Vázquez, por grabar mi lectura).

7 comentarios:

El Pipiripau (ikoon) dijo...

Genial! pues agradezco también al Mudo por compartirnos este video...

Me gustó mucho escucharte narrar tu propio cuento... chido!!!

Gracias por compartir las anécdotas con tu amiga QEPD.

Saludos...

Monique dijo...

jajaja fue muy divertido! Me gusto mucho BEF.
pum pum es la primera vez que te comento, pum pum la dedicatoria es conmovedora pum pum pum.

Anónimo dijo...

Qué curioso...precisamente tengo vario semanas, de menos tres, pensando obsesivamente en una compañera de mi escuela primaria, de la que aún recuerdo perfectamente su nombre, aunque su cara, muy a lo zen, "si pienso en ella no la recuerdo, si no la pienso si me acuerdo". Se llama Cristina Rojas, y estoy seguro estaba "enamorada" de mí, en tercer año. Digo que era mi compañera de escuela, no de salón, porque en esa escuela, "Liceo de México" (colegio particular que ya no existe), las niñas tenían su salón y nosotros el nuestro. Hasta el recreo era separado, cada género el suyo. Pero coincidíamos en unas clases especiales por la tarde, para "ayudarnos" a hacer bien las tareas, y en los típicos festivales, donde ni modo que bailáramos niños con niños y niñas con niñas. Es extraño: aún ahora, recuerdo perfectamente muchísimos detalles pequeños, insignificantes, triviales, entre ella y yo. ¿Qué será de ella? Nunca más volví a verla.

Cuando leía tu historia, iba pensando en ella, y en todo esto que cuento. Por lo tanto la leí con mucho sentimiento. Qué dicha y privilegio que la hayas vuelto a ver, aún con todo y el agridulce desenlace.

Saludos.

Unknown dijo...

No acostumbro a hacerlo... pero me arrancaste unas lagrimillas con este post.

Saludos. Y espero estar ahí en el Carrillo Gil echándoles porras.

Un abrazo.

Mudo dijo...

Excelente historia Bef. Y que mas puedo decir se me la contaste de viva voz.

Mudo dijo...

... y ahi disculpa mi pulso maraquero..

raulman dijo...

Muy bonita historia Bef me gusto bastante, sobre todo por el respaldo emotivo que tiene de fondo.

Saludos desde chihuahua!