El cielo se vino abajoIba con mi amiga Karen Chacek.
Estábamos en la Librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica, en la colonia Condesa. Karen escribió una novela (muy buena, por cierto) y me pidió que la leyera. Siempre es un honor ser un lector beta.
Había pasado por ella a su casa en la calle de Aguascalientes. Fuimos a tomarnos un café a la cafetería del lugar.
Al llegar había un tumulto.
"¿Está firmando libros Carlos Fuentes?", dijo Karen.
Así era. Había una cola gigantesca para ver al maestro. Nosotros pasamos directo al café.
Karen pidió un té. Yo, coca light.
"La novela me gusta mucho en términos generales, creo que hay que hacerle algunos cambios...", le iba diciendo cuando se desató la lluvia.
Ensordecedora.
El granizo azotaba furioso el falso plafón del edificio, formado por unas placas de vidrio en las que se imprimió una obra monumental de Jan Hendrix.
Yo estaba de espaldas a los libros, pero la gente comenzó a pararse, inquieta. Volteé.
El agua se estaba metiendo.
Una voz al micrófono comenzó a decir que no pasaba nada, que la gente guardara la calma.
El estruendo seguía. Vimos pasar a Carlos Fuentes acompañado de una comitiva.
"Tiene casi ochenta años", le dije a Karen.
"Se ve muy bien", y es cierto.
Fuentes parecía huir. Esa impresión nos dio.
Como siguiera el estruendo, creció la inquietud. La luz se fue. Gritos. Sólo quedó el brillo del monitor de mi ibook en toda la librería.
Volvieron las luces para apagarse de nuevo. Comenzó a oler a quemado.
Guardé mis cosas. Volvió la luz. El agua caía del techo. La voz del micrófono nos invitaba a salir con calma, ordenadamente.
Fuimos al estacionamiento a pedir mi coche. La calle era un río, con grandes bloques de hielo flotando. El estacionamiento, que es subterráneo, parecía inundado.
"Hola. Yo te conozco de algún lado", dijo un señor a Karen.
"Sí, volamos juntos a Londres. Hace tiempo. Ibas a ver a tu hijo."
"Ah, sí, es cierto, Mira, aquí anda, éste es mi hijo."
Señaló a alguien como de nuestra edad.
"Ese es mi coche", dije al verlo venir.
El valet estaba empapado, como si lo hubieran lanzado a una alberca.
"¿Ese no era Federico Campbell?", le pregunté a Karen al arrancar.
"Sí. ¿Lo conoces?"
"No, pero fue mi jurado el año pasado."
"Ah, te lo hubiera presentado..."
En ese momento, el granizo sobre el auto terminó con la plática. La calle estaba inundada, avanzábamos sobre un río de agua sucia y granizo. No había luz.
"Esto es el apocalipsis", dijo Karen.
Tuve miedo.
Avanzamos en la oscuridad, yo intentando manejar con calma. No se veía nada.
Los peores imágenes pasaron por mi cabeza. Cables sueltos. Que el auto se apagara. Que el agua nos llevara.
"Da vuelta en la que sigue, y luego a la derecha", dijo ella. Afortunadamente es muy orientada.
Salimos de la oscuridad. Pudimos llegar a su casa. La calle no estaba tan inundada. Subí el coche a la banqueta, en la entrada de un taller mecánico, para que estuviera por encima del agua. El foco del aceite se había encendido.
"¿Me das asilo en lo que baja la lluvia?"
"Claro."
Bajamos. Karen me tomó del brazo. Caminamos buscando cruzar por donde hubiera menos agua. Imposible no mojarnos.
Después me diría que tenía miedo. Que la imagen de las calles inundadas le causan mucha inquietud. Yo también iba muerto de miedo. Su tranquilidad me calmó, y la mía a ella.
Karen temía que su departamento, en una planta baja, se hubiera inundado. No fue así. Se cambió de ropa. Me prestó unos calcetines. "Lo bueno que traemos botas los dos", bromeamos.
Encendimos la tele. La ciudad estaba enloquecida.
Karen puso té. Platicamos un par de horas. De su novela. De motos con sidecars. De libros infantiles.
A las doce la lluvia había amainado. Salí a revisar el coche con unas bolsas de plástico en los pies. Todo estaba bien, el foco del aceite se había apagado.
"Ya me voy, muchas gracias por darme asilo."
"Por favor, mándame un mensaje al teléfono cuando llegues."
El circuito interior estaba paralizado. Un trayecto de cinco minutos me tomó una hora. Había tonelas de granizo obstruyendo las calles.
Llegué a bañarme y ponerme algo seco.
Al día siguiente, supe en el
periódico que el plafón de la librería finalmente se vino abajo.
Han pasado veinticuatro horas, estoy en mi oficina. El cielo está nublado. No me atrevo a salir.
CampamentosConsidero importante siempre tener una perspectiva desde el otro lado.
Me opongo al bloqueo sobre Reforma. Como vecino de la zona he sufrido los estragos viales. Sin embargo, mi amigo Andrés Tonini (¡espero que todavía me quieras, Andrés!), quien no está de acuerdo con mi punto de vista, hizo un recorrido por los campamentos, llevando su cooperación solidaria y tomando una serie de fotos que además de darnos una idea de lo que sucede ahí, desmitifican lo que los medios han estado publicando.
Pongo el
link en aras de la pluralidad y de que quienes están lejos, dentro de la misma ciudad o fuera de ella puedan darse una idea.
Bien dijo Clément en un comentario al post anterior que solemos vernos sólo el ombligo, sin conciencia de que México y el mundo son tan grandes.