
Feliz cumpleaños, nena querida.
No sé dónde estaría en este momento si no hubiera conocido a Mafalda.
Seguramente sería ingeniero.
Fue mi tía Martha, hermana de mi mamá y a quien considero mi segunda madre la que me puso en las manos mi primer cómic de Mafalda (curiosamente fue Bertha, hermana de mi papá la que me regaló mi primer Astérix, pero esa es otra historia).
Creo que hojeaba los libros de Mafalda aún antes de saber leer. Puedo decir que junto con los cómics de Rius y la revista Mad moldearon mi visión del mundo.
Debe haber sido la lectura de una historieta de Mafalda lo que me hizo decidir conciente e inconcientemente que lo que quería en la vida era dibujar cómics. Treinta años después lo he logrado.
¿Cuál es el encanto de esta niña cabezona, fanática de los Beatles, opositora de la guerra de Vietnam y enemiga de la sopa? ¿Por qué se sigue leyendo casi cincuenta años después?
Entre otras cosas porque todas las personalidades básicas del ser humano están contenidos entre los personajes de Mafalda. Personalmente siempre me he identificado con Felipe (nomás que a mí sí me gusta Batman).
Creo que al menos hay tanta sabiduría en una tira de Mafalda como en un aforismo de Cioran.
Hace un par de días se celebro el cumpleaños 49 de la más universal de las argentinas (no, lo siento, no es Mercedes Sosa ni Nacha Guevara). En ese momento quise escribir algo al respecto para hablar de la importancia de la creación de Quino en el imaginario colectivo latinoamericano.
No se me ocurrió nada. Quise contar de la vez que desayuné en un hotel al lado de este genial comiquero sin enterarme. Me le hubiera hincado ahí mismo. Pensé en hablar de las veces infinitas en que me descubrí haciendo felipadas. O de la ilusión que me hace el momento en que María me haga su primera pregunta mafaldesca.
Todo ello me parece vacío. Prefiero decir todo lo que siento por Mafalda y sus amigos con una sola palabra:
¡Gracias!