EscritoresEra una más de nosotros. Una autora emergente. Acababa de ganar un premio del que yo jamás escuché hablar. La conocí en un hotel de Guadalajara, durante la FIL de 2003. Llegó gritando por todo el lobby que la prensa no la dejaba en paz, que tantas entrevistas la estaban matando.
Esa misma mujer, cuando mi amigo Julián Herbert le dijo que se la hacía conocida, le contestó: "sí, me has visto en la tele." Hoy vive en el anonimato.
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Aspiraba a escribir literatura fantástica y guiones de cómics. Se consideraba el sucesor de Alan Moore. Solía autocitarse en los foros, cerrando la cita con la frase "fragmento de mi novela tal, inédita." Continúa sin publicar.
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Era una joven promesa. Ganó un premio de cuento en los noventa que hoy ya no se convoca. Intentó escribir una novela. Dos. Vio a todos sus amigos profesionalizarse en la escritura. Trabaja en el área administrativa de una multinacional. Hace doce años que no publica.
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Me mandaba saludar con una amiga común con la frase "¿cómo les va en el sótano?", refiriéndose a la literatura fantástica. Ya era casi cuarentón hace diez años. Publicó una novela en algún fondo estatal. Se la presentaron dos amigos suyos, uno de los cuales es mi conocido. Cuando le pregunté por el libro de marras, mi cuate dijo que era una mierda, pero que no se había podido negar a apadrinarlo. Ahora él es el que vive en el sótano.
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Le regaló un libro suyo a un escritor famoso. Iba por ahí diciendo "qué privilegio, tener a don Fulano entre tus lectores." Don Fulano me contó que había tirado el libro a la basura, como todos los libros que le regalan los escritores jóvenes.
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"Podría escribir un best seller, como
El código Da Vinci pero, güey, soy un escritor serio": escuchado más de una vez en una mesa del Covadonga.
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"Regálame tu libro", me dice a quemarropa un colega poco cercano, en una feria del libro. Con más resignación que gusto, se lo doy. Meses después, en su casa, le pido que me regale uno de él. "Es un texto complejo", me dice mientras me lo da a regañadientes.
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Este escritor acaba de hacer una residencia en Formosa. "Yo siempre he querido hacer una también, ¿cómo le hiciste?", digo. "Bueno", carraspea, "es sólo por invitación del gobierno Formosés", responde y cambia rápidamente el tema de conversación mientras yo me pregunto quién diablos puede haber leído algo de él al otro lado del mundo, en donde se habla otra lengua, si nunca lo han traducido.
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"Soy un gran admirador de tu obra, acá traigo tu trilogía, ¿me la firmas?" le digo a mi colega norteamericano Kim Stanley Robinson en un desayuno entre escritores durante la FIL de 2009, al tiempo que le alargo las ediciones en rústica de
Red Mars, Green Mars y
Blue Mars. Al lado, otro escritor gringo al que nadie pelaba (por maleta) me dice, sólo por escupir veneno "¿y porqué no compraste las ediciones en pasta dura?"