martes, septiembre 27, 2005



Imágenes robadas

20 acrílicos de formato pequeño y medio.

Cuore Café
Álvaro Obregón 179
entre Tonalá y Monterrey
Col. Roma

Del 26 de septiembre al 30 de octubre.

Inauguración viernes 30 de septiembre, 20:00 horas.

domingo, septiembre 25, 2005

En Veracruz

Mañana lunes estaré en la FIL de Veracruz, dando una plática sobre mi novela "Tiempo de alacranes" en la Sala de Videocinferencias de la USBI, Juan Pablo II esq. Ruiz Cortínez, en Boca del Río, a las 19:00 horas.

Están todos invitados.

Imágenes robadas

A reserva de que envíe una invitación más formal, desde mañana lunes se puede visitar mi exposición Imágenes robadas en el Café Cuore, Álvaro Obregón 179, en la colonia Roma. Se trata de 20 cuadros 20, que estarán en exhibición hasta el 30 de octubre (mi mes favorito).

La inauguración será este próximo viernes a las 20:00 horas. Ya les daré más detalles porque ahora estoy haciendo maletas para Veracruz.

martes, septiembre 20, 2005

¡Veinte años!






...y una herida que no termina de cicatrizar.

jueves, septiembre 15, 2005

Bajo un cielo ajeno (5 y final)

París tiene también una cara muy jodida.

Lejos de los museos y los monumentos, de los bulevares y los palacios, hay un París de bares sórdidos y supermercados baratos, de interminables unidades habitacionales y cañerías pestilentes, de prostitutas inmigrantes y pandillas de adolescentes árabes sin futuro. Una ciudad hostil. Un lugar de mierda.

Buscaba el Museé Picasso por un barrio desierto, sin éxito. De pronto, un francés se me acercó con un mapa para preguntarme por una calle.

"Je ne parle pas le Française", le insistía en inglés y español. Cuando estuvo seguro de que era extranjero hizo una seña imperceptible que atrajo a dos sujetos de tipo árabe.

"Police", se identificaron, mostrándome una placas de juguete. Exigieron ver mi pasaporte.

Había oido de este tipo de estafas, más comunes en Europa del Este. Luego dirían que mi documento era ilegal o exigirían ver mis dólares para de inmediato decir que eran falsos o alguna trampa similar para turistas suecos o canadienses. No para un natural del De Efe.

Empecé a alegar con ellos. "Si no aparece una patrulla, no te muestro nada". Ellos insistían, se estaban irritando, incluido el del mapa.

Entonces entendí que me estaban atracando, que eran tres y que yo estaba en desventaja, perdido en un barrio extraño bajo un cielo ajeno.

"No te enseño nada" y me di vuelta para salir corriendo con mi torpeza endémica. Cuatro, cinco cuadras hasta llegar a una avenida. No me detuve hasta el metro. El sabor del miedo inundaba, amargo, mi paladar.

"Hijos de la chingada", mascullé en voz alta, sentado en las escaleras.

Sigo sin conocer el Museé Picasso.

miércoles, septiembre 14, 2005

Bajo un cielo ajeno (4)

La catástrofe acechaba apenas unos años en el futuro, pero aquella nochebuena Nueva Orleans se levantaba majestuosa frente al Mississipi.

Me apretujaba junto a Alfredo en el asiento trasero de la van. Nuestro guía, un señor nacido en Aguascalientes nos llevaba por aquellas calles con olor a vudú que habrían de tragarse las aguas.

"Hay dos razones para no vivir en Nueva Orleans", dijo el viejo, "se llaman julio y agosto." Imagino que hoy debe estar muerto.

"Ese de la derecha es el Café Le Monde... aquel es el City Hall y al fondo del muelle pueden ver el acuario", decía el hombre mientras su camioneta serpenteaba por el French Quarter.

"Ese es el legendario Jazz Preservation Hall, donde un grupo de músicos voluntarios mantienen la tradición del Ragtime y el jazz antiguo, no se lo deben perder." No lo hicimos, esa misma noche escuchamos a la banda de ancianos negros desgranar las notas de un blues primigenio en un escenario que parecía más un garage, sentados sobre bancas de madera.

"Más allá de esta calle es el barrio gay, no les recomiendo que vayan hacia allá, no hay nada qué ver más que banderas de arcoiris. Es peligroso."

Luego nos llevó ladeando el bayou. Casas gigantescas que lo mismo pudieron habitar la tía Polly que Anne Rice. Finalmente volvimos a nuestro hotel por la legendaria Bourbon Street, con aquella canción de Sting dedicada al vampiro Louise reverberando en mi cráneo.

Frente al 209, el hombre nos indicó que ese era el Galatoire's, el restaurante más exclusivo de Nueva Orleans, uno de los más caros de Norteamérica.

"No se le aceptan reservaciones a nadie. Ya pudiera usted ser el presidente de los Estados Unidos que se tendría que formar en esa fila, en este frío de perros."

Debe haber sido cierto, porque al pasar vi a Ray Bradbury esperando pacientemente una mesa.
Bajo un cielo ajeno (3)

"...Aquellas son tumbas romanas", dijo Said señalando unos agujeros perforados en el suelo del risco.

Abajo reventaban las olas del Mediterráneo. Al otro lado del mar, apenas a unas millas, Europa desdeñaba al África. Pero aquella tarde a Tánger parecía no importarle.

"Y esa", continuó diciendo nuestro guía improvisado, "es la casa de Gore Vidal; ahora vengan por acá".

Lo seguimos por calles polvorientas, sin pavimentar. La gente pasaba saludando a Said que bromeaba con ellos en árabe. Las mujeres, cubiertas de velos, parecían indiferentes a nosotros.

"Hace calor, ¿ah? ¿quieren una soda?" y sin que contestáramos nos metió en un zaguán.

Era una chabola miserable que me recordó una marisquería acapulqueña. Said nos sentó afuera, en una terraza alrededor de una mesa de lámina con el logo de coca-cola en árabe y ordenó unos refrescos.

Pepe y Deyanira pidieron coca-colas. Yo, un refresco local de naranja que se llamaba Hawaii. El mesero nos sirvió primero a los hombres. A ella al final.

La cabañita estaba llena de gente que fumaba kif. Said nos ofreció una vez, pero no insistió.

A lo lejos se escuchaba el llamado al rezo.

Ahí adentro nadie le hizo caso.

lunes, septiembre 12, 2005

Bajo un cielo ajeno (2)

"Cuando los locos deambulen por las calles, sabremos que el apocalipsis ha comenzado", me dijo el francés con su español gutural. Iba vestido de negro de pies a cabeza.

Afuera del camión, una lata oxidada con llantas, Sinaloa hervía.

Una lámina herrumbrosa se deslizó lentamente junto a la ventana. "El Rosario, 200 km", decía en letras que alguna vez fueron blancas sobre fondo verde.

Yo pensaba en ti, en lo lejos que puede estar Mazatlán de cualquier lado en el que yo me encuentre y en lo rojo de tu cabello.

"Y es que no hay imagen más desolada que una televisión encendida en el cuarto vacío de un motel a orillas de la carretera", dijo el francesito.

El camión se detuvo en las ruinas de una gasolinería. "Media hora para comer", ladró el chofer al tiempo que abría las puertas.

Todos los pasajeros bajamos con mansedumbre bovina. Algunos comieron en la fonda de la estación. Yo bebí la coca-cola más caliente de mi vida. Seguramente hasta los hielos estaban calientes en ese lugar.

Me paré en la esquina de la carretera y volteé hacia ambos lados, viendo perderse la línea de asfalto en ambas direcciones. Un camino tendido de la nada a la nada.

Pensé en subir de nuevo al camión, pero hacía más calor allá adentro.

Finalmente el chofer volvió a trepar, anunciando que nos íbamos. Al pasar junto a él pude oler los rastros de varias cervezas revoloteando alrededor de sus labios.

"¿No falta nadie?", preguntó el chofer sin la menor intención de esperar. Cerró la puerta y arrancó.

El francés no se volvió a subir.
Bajo un cielo ajeno (1)

Octubre se terminaba sobre Montreal. El invierno se anunciaba ya en el viento helado que hacía revolotear navajas alrededor de los rostros entristecidos de los canadienses. En una sociedad pluricultural como ésa era fácil distinguir a los locales de los fuereños: todos los canacas se visten de negro cuando llega el frío.

En el vagón del metro, como todos los vagones de metro en que he viajado, un silencio espeso envolvía la soledad compartida. Algun adolescente dejaba escapar un poco del ruido que le machacaban los tímpanos desde su discman. algunas personas leían paperbacks baratos de Harry Potter o Stephen King.

Llegué a mi estación, cerca del estadio olímpico. Iba al jardín botánico. Salí al andén envuelto en mi propia melancolía, la que segrega mi sistema mezclada con la de la ciudad. Mala combinación.

Junto a las escaleras eléctricas había un viejo tocando un saxofón. Un rostro sanguíneo surcado de arrugas que dibujaban un mapa de frustraciones. Soplaba algún jazz desganado. Nada que llamara la atención de este habitante del tercer mundo.

Hasta que, cuando iba a mitad de las escaleras eléctricas (¿por qué todo es subterráneo en Canadá?) comenzó a tocar Bésame mucho, de Consuelito Velázquez. Nunca la he escuchado en versión más triste.

Regresé de inmediato a donde estaba. Lo observé fascinado hasta que terminó de tocar.

--Esa canción es de mi país-- le dije mientras soltaba un par de dólares canadienses en el estuche de su instrumento (plata que por otro lado no me sobraba).

--Oh, yeah?-- contestó con desgano y un marcado acento eslavo.

--¡Pero además así se llama mi empresa!

--Oh, yeah?

--Yep-- y me di la vuelta para salir al Parque.

sábado, septiembre 10, 2005

Algo acaba de sanseacabarse

...y cuando salió por la puerta la última caja de tu mudanza, supe que todo se había terminado.

viernes, septiembre 02, 2005

How could God allow this tragedy to happen?



No existen las palabras. Los reportes nos dejan atónitos. No son escenas de una película de desastres, no es ninguna ficción post apocalítica. Esta es la realidad.

La ciudad, inundada. Pandillas armadas que pelean por comida y agua. Cadáveres flotando en las aguas. Miles de damnificados amotinados. Policías que renuncian ante el sinsentido de disparar contra los suyos. Millones de dólares en pérdidas y un presidente imbécil que sólo alcanza a apersonarse hasta el tercer día.

Nueva Orleans en mi recuerdo. Las calles del French Quarter bañadas por la bruma del misterio, las grandes casas a las orillas del bayou, la vibra de brujería en cada esquina, y una de las ciudades más pobres de Estados Unidos más allá del distrito turístico.

Las salchichas de cocodrilo, la comida cajun. El Jazz Preservation Hall donde un grupo de músicos voluntarios tocaban ragtime para los turistas. La ciudad de Anne Rice y Rob Zombie. La ciudad que recibió en el exilio a Benito Juárez.

Desaparecida. Como una Sodoma moderna. Ahogada bajo la furia acuática de Katrina.

¿Estará el planeta queriendo sacudirse de su peor plaga? ¿Habrá llegado el momento?

jueves, septiembre 01, 2005

El pasado 22 de agosto, Natasha, la hija del escritor Carlos Fuentes y la periodista Sylvia Lemus, apareció muerta debajo de un puente en la colonia Morelos, en pleno Barrio de Tepito.

No creo que exista dolor más grande que enterrar a un hijo. He visto dos casos cercanos, mi amiga Ixchel y mi primo Francisco. A ambos les he dedicado sendos libros míos.

Aún recuerdo cuando Francisco murió. No abundaré ahora en la historia, que aún me estremece. Lo que quiero consignar fue que en aquella, la noche más amarga de mi vida, mi papá y yo escuchamos al tío Gabriel llorar hasta el amanecer(y mientras lo escribo se me humedecen los ojos).

Bernardo, el ingeniero Fernández, el bloque de hielo más sólido que conozco, me dijo¨"Yo en su lugar, me volvería loco."

Hace 6 años murió Carlos, el otro hijo del matrimonio Fuentes Lemus, también en circunstancias trágicas (toda muerte prematura lo es).

Qué dolor. Qué maldición, sepultar a tus dos hijos.

No conozco a don Carlos ni a Sylvia. No conocí a ninguno de los chicos. Ni siquiera soy un gran lector de la obra del papá. Pero conozco el dolor humano, me ha pasado por los lados, ha rozado mis dedos, me ha dejado cicatrices.

Por ello me solidarizo en el dolor con ellos y con quienes han vivido este dolor inmenso. No hay consuelo ante una pérdida como ésta.

Que Natasha descanse en paz, donde quiera que esté.

PD: Desde aquí un beso a Josefina, Gabriel y Elena. Los quiero. Y a Malena.