lunes, octubre 31, 2005

"Los tests de inteligencia sólo miden la capacidad para resolver tests de inteligencia"


(En la foto, William S. Burroughs lee durante un receso de la filmación del video Just One Fix, de Ministry. Una pena que el viejo haya aparecido también en un video de U2, pero bueno, nadie es perfecto).

Leí alguna vez que sólo existen tres autores de literatura punk: Jean Genet, J.G. Ballard y William Burroughs. Los tres eran hombres mayores para cuando Johnny Rotten dio sus primeros berridos.

Quizá la importancia de la obra de Burroughs resida más en su capacidad transgresora, en su desparpajo para entrarle de frente a temas de gran sordidez sin desviar la mirada, a aceptar honesta, cínicamente su relación con las drogas, su condición homosexual.

Pero más allá de ello, me da la impresión que el corpus narrativo (y la poca poesía) de WSB parece diluirse a lado de su personaje. Porque pese a su marginalidad, Burroughs era tan gringo, en el peor de los sentidos, como el pay de manzana.

David Huerta dijo alguna vez que Burroughs pasó por México como cualquier otro turista, sin el menor interés en la cultura y tradiciones locales. Jorge García Robles ironizaba al respecto diciendo que WSB fue contemporáneo de gente como Salvador Novo, de la que jamás escuchó hablar (ni le interesaba).

Quizá el personaje mexicano que más fascinó al tío Bill, al menos uno de los que rankeaba alto, fue Lola la Chata, célebre matriarca del hampa mexicana de los 50, matrona de la heroína y demás drogas, controladora del tráfico de sustancias en nuestra muy noble y leal ciudad.

Burroughs jamás la llegó a ver, pero en su búsqueda de drogas tuvo que enfrentarse indirectamente a la mano dura de la Chata (vinculada, por cierto a unos hermanos que eran sus matones, de apellido Izquierdo Ebrard... un apellido que me suena).

¿Cómo era la vida de WSB en el DF? Casado con Joan Vollmer, recibía una pensión del ejército por estudiar en el Mexico City College. No trabajaba y se la pasaba de fiesta en fiesta, briago o puesto. Fue precisamente durante una borrachera de días cuando le pidió a su mujer (con quien llevaba una relación enferma e intensa) que se pusiera un vaso en la cabeza para "la vieja rutina de Guillermo Tell."

Bang.

Bill fue a dar al tambo, de donde salió gracias a los manejos de Bernabé Jurado, abogado tranza donde los haya. Tuvo que permanecer algún tiempo en libertad condicional hasta que casi un año después pudo salir del país. Empacó sus cosas y se largó a Marruecos, para jamás volver a México.

Ahí viene la segunda conexión con mi abuelo (ya hablé de su amistad con Jurado). Cuando recientemente murió Macharnudo (como firmó como periodista durante toda su vida) pedí que me regalaran su pasaporte, sólo para descubrir una extensa estancia en Tánger, Marruecos, durante 1956, año en el que WSB escribió The Naked Lunch en una habitación de hotel de esa misma ciudad.

¿Qué hacía mi abuelo en Marruecos? No lo sé de cierto, la leyenda cuenta que estando en España un amigo suyo lo invitó a dar un paseo que duró varias semanas y terminó en el África septentrional. ¿Cuántos hoteles para turistas habría en aquel tiempo en Tánger? ¿Ubicaría Macharnudo a aquel gringo loco que mató a su esposa cinco años atrás (fue noticia de primera plana)? ¿Se cruzarían en algún bar, en el Zoco o en el Café Central?

Nunca lo sabré. Mi abuelo siempre fue muy elusivo cuando le preguntaba sobre aquel gringo loco que había matado a su mujer de un balazo, aquel que su amigo había sacado de Lecumberri en tiempo récord.

Casi cincuenta años después llegué a Tánger junto con Deyanira y Pepe Rojo. Veníamos huyendo un poco de España pero también buscando las huellas del tío Bill en esa ciudad. Estaban ya muy diluidas, Recuerdo que pasamos en un taxi frente al famoso hotel, el Hotel Americaine, si no me equivoco. Quise bajarme, buscar alguna placa, alguna evidencia del paso del escritor por la ciudad. No lo hice, como tampoco busqué otras huellas de otros narradores que han pasado por esa ciudad magnética, como Bowles y su mujer, Gore Vidal, el propio Genet.

Cuando García Robles presentó La bala perdida en el CNA, hubo una comunicación telefónica con Burroughs. El salón estaba repleto de entusiastas de WSB de todas las edades, incluidos el Carcass (que parece estar de moda en este blog) y yo. Con su voz cascada, nasal, el viejo se despidió con un gran saludo: "Salut, cabrounes!"



Hace poco di con unas fotos de un muy viejo Burroughs en su vida cotidiana en Lawrence, Kansas, donde pasó la mayor parte de su vida. Los habitantes locales no sabían si enorgullecerse o morirse de la vergüenza de la presencia del autor entre ellos.

Me da la impresión de que alejado de los medios, este frágil anciano con cara de buitre era un educado caballero que compraba sus abarrotes en el súper y saludaba a sus vecinos por su nombre, que regalaba dulces a los niños en Halloween y que de tanto en tanto se quedaba dormido en una mecedora, acaso recordando aquel día de 1951, cuando un tiro fallido cambió su vida para siempre.

Happy Halloween, Unca Bill!

viernes, octubre 28, 2005

"Ojos de insecto que no sueña"



(Gracias al Carcass por rolarme este bonito retrato que le hizo Annie Leibovitz al tío Bill).

La primera vez que supe sobre William Burroughs tenía 18 años. Leí en algún lado que el término heavy metal lo había inventado él.

"Mmm. Interesante", pensé.

Pero al querer encontrar sus libros me encontré con una pared de silencio.

"No, no tenemos nada de él, pero nos llega en quince días", me decían en Gandhi.

"¿Tú conoces a William Burroughs?", le pregunté a Juan Carlos Capuzano, uno de mis profesores de la universidad.

"¿El de Tarzán?", repuso.

Finalmente en la biblioteca de la Ibero di con un libro del viejo beat: Snack, una compilación de entrevistas que dio a la BBC. Estaba en la sección de narrativa norteamericana contemporánea, donde también estaba Barbazul, de Kurt Vonnegut en su edición de Anagrama (pero hablaré de K.V. en otra ocasión).

Fue hasta meses después que di con un par de viejas ediciones de Exterminador y Las últimas palabras de Dutch Schultz en la librería del Parnaso de Coyoacán.

Wow. No entendí nada, pero me voló la cabeza.

Dos años después, de viaje con mis papás por Estados Unidos me di una escapada a una librería de mall mientras el resto de la familia compraba ropa y zapatos.

"Do you have any book by William Burroughs?", pregunté al dependiente.

"Oh, yes, he's the author of The Naked Gun, right?", repuso, confundiéndose con el título de una película de Leslie Nielsen, conocida aquí como ¿Y dónde está el policía?.

Pero no lo tenían.

Tuve que esperar dos años. En 1994, en San Diego, de visita a una Comicon, Bachan, Carcass y yo dimos con Tohu Bohu, una galería-librería que tenía en el aparador montones de libros interesantes ¡y una docena de libros de William Burroughs!

Pero, maldita sea, no tenían The Naked Lunch, que se había vuelto mi obsesión.

Compré casi 100 dólares de libros del tío Bill (de aquellos previos a la devaluación) y al ver mi entusiasmo por el viejo, el dueño del changarro me invitó a pasar a la trastienda y me regaló una vieja edición en paperback del Almuerzo desnudo.

Finalmente, cuatro años después la puede leer.

Y si los primeros libros de Burroughs me volaron la cabeza, Naked Lunch me puso en órbita, con sus imágenes alucinantes, sus atmósferas opresivas, la imaginería cienciaficcionera y su estructura delirante.

Recuerdo especialmente las correrías del tenebroso Doctor Benway y la historia del ventrílocuo que le enseñaba a hablar a su ano (hasta que éste decidía apoderarse del cuerpo).

¿Que de qué se trata Naked Lunch? Uf, no lo sé. Es un descenso al infierno de la heroína. Es una fantasía paranoide poblada de extraterrestres insectoides y horrores orgánicos (nada que ver con el nerdazo de Lovecraft).

Debe haber una trama por ahí. Yo nunca la encotré.

Hace poco comentaba con Ira que es la clase de cosas que si no lees a los veinte años no leerás nunca. Estuvo de acuerdo, ella no lo ha leído, y no lo haría ya.

En algún número de Eightball, Dan Clowes decía que era la clase de material que ahora sólo leen universitarios pretensiosos.

Oh, well...

miércoles, octubre 26, 2005

"Son cosas que pasan"



Así, en español, se refería a la muerte accidental de su esposa Joan el escritor norteamericano William Burroughs (1914-1997). Burroughs le voló la tapa de los sesos a su mujer durante una borrachera en su departamento de la colonia Roma, en la ciudad de México. Se dice que solían jugar una rutina de Guillermo Tell, en el que ella se colocaba un vaso en la cabeza para que él se lo tumbara de un balazo.

Prófugo de la asfixiante vida en la puritana Norteamérica de la posguerra, Burroughs decide establecerse en el DF sin mayor razón que la de no estar en su país. Es visitado continuamente por sus amigos Allen Ginsberg y Jack Kerouac, a quienes había conocido en la universidad e incluso consideraba echar raíces en este país.

Nieto del inventor de la máquina sumadora que lleva su apellido, el viejo tío Bill jamás tuvo que trabajar y gozó hasta el último día de sus vidas de los generosos dividendos de la compañía familiar (hoy Unisys).

Homosexual y adicto a las drogas, la biografía de William Burroughs es una montaña rusa vertiginosa en la que se suceden las tragedias y los desencuentros.

El asesinato --aparentemente imprudencial-- de su esposa lo lleva a la tenebrosa cárcel de Lecumberri, de donde es sacado en tiempo récord por Bernabé Jurado, legendario abogado penalista de los años 50 que era, primera conexión, amigo de mi abuelo.

Burroughs decide entonces establecerse en Tánger, la Tijuana de Marruecos, donde en medio de chutes de heroína y sexo desenfrenado con chamaquitos árabes escribe su segunda novela, The Naked Lunch, colección semi inconexa de apuntes y relatos grotescos aparentemente situados en alguna parte de su imaginario yonqueta.

La primera novela de Burroughs (publicada con el seudónimo de William Lee), Junkie, fue escrita en el DF, antes de su tragedia, en aquellos días en que desayunaba whisky en alguna cantina --hoy derruida-- de la Condesa.

Aparte de recomendar el excelente libro de Jorge García Robles, La bala perdida, sobre la vida del tío Bill en México (de 1949 a 1951), voy a compartirles un poemita escrito hace 20 años, que parece no perder vigencia en la Norteamérica de George Bush (recordemos que el día de acción de gracias es la fiesta tradicional más importante de los gringos, pues celebra el establecimiento de las primeras colonias de los llamados padres fundadores; durante el festejo se cena pavo y papas con salsa de arándano):


Thanksgiving Day, Nov. 28, 1986

For John Dillinger
In hope he is still alive

Thanks for the wild turkey and the Passenger Pigeons, destined to be shit out through wholesome American guts

thanks for a Continent to despoil and poison

thanks for Indians to provide a modicum of challenge and danger

thanks for vast herds of bison to kill and skin, leaving the carcass to rot

thanks for bounties on wolves and coyotes

thanks for the AMERICAN DREAM to vulgarize and falsify until the bare lies shine through

thanks for the KKK, for nigger-killing lawmen feeling their notches, for decent church-going women with their mean, pinched, bitter, evil faces

thanks for "Kill a Queer for Christ" stickers

thanks for laboratory AIDS

thanks for Prohibition and the War Against Drugs

thanks for a country where nobody is allowed to mind his own business

thanks for a nation of finks --yes,

thanks for all the memories... all right, let's see your arms... you always were a headache and you always were a bore

thanks for the last and greatest betrayal of the last and greatest of human dreams.


Wow.

Como dice Poncho Esparza, aquí va la traducción para los que fueron en escuela de gobierno (yo incluido).

Día de acción de gracias, 28 de noviembre de 1986

A John Dillinger
esperando que siga vivo

Gracias por el pavo y las palomas mensajeras, destinados a ser cagados a través de los saludables intestinos norteamericanos.

Gracias por todo un continente para depredar y envenenar.

Gracias a los indios que nos proporcionan algo de peligro y de reto.

Gracias por las grandes manadas de bisontes para matar, despellejar y dejar pudriéndose.

Gracias por las recompensas ofrecidas por lobos y coyotes.

Gracias por el sueño americano, por divulgar y falsificar hasta que su falsedad salga a la luz.

Gracias por el Ku Kux Klan, por los policías que matan negros y se los apuntan en su registro, por las mujeres piadosas y decentes con sus caras mezquinas cansadas, amargadas y hostiles.

Gracias por las calcomanías que dicen "Mata un maricón en nombre de Cristo"

Gracias por el sida de laboratorio.

Gracias por la prohibición y la guerra contra las drogas.

Gracias por un país donde a nadie se le permite ocuparse de sus asuntos.

Gracias por una nación de tarugos.

Gracias por todos los recuerdos... muy bien, enséñame los brazos... siempre has sido un dolor de cabeza y un aburrido.

Gracias por la última y más grande traición al último y más grande de los sueños humanos.



Ah...

Lo siento por la traducción.

Más sobre el viejo tío William Burroughs en los próximos posts.

jueves, octubre 20, 2005

The Good Old Times

"Vamos a ver a Napalm Death", me dijo el Carcass hoy por la mañana.

Con su aspecto de profesor universitario, vestido de suéter y zapatitos negros impecablemente boleados (siempre se vistió así), el Carcass es uno de los metaleros hardcoreholics más radicales que conozco. Un auténtico gourmet de la estridencia.

Nos conocimos en la prepa, en un taller de artes gráficas en el CUM. Eramos un par de outsiders, él fan del metal y el cine gore, yo de los cómics, el punk rock y la ciencia ficción. Una asociación natural.

Fuimos juntos a la universidad, donde estudiamos diseño. Junto con Bachan y Vera formamos un colectivo de moneros, Molotov, con el que publicamos varios fanzines de comics y gore en los que también participaron, entre otros, los hermanos Priego, Ernesto y Rodrigo.

Molotov se disolvió hace más de 10 años. Todos seguimos nuestros caminos, pero ahora que doy clases en la Ibero me he rencontrado con el legendario Carcass, uno de mis gurús personales, gracias al cual conocí montón de grupos y películas extraños. Empezando por la movida del grindcore y el death metal.

"Ya no hay bandas pesadas", nos lamentábamos a coro. La furia de la música de Ministry, Laibach o Morbid Angel parece haberse diluido. El propio Trent Reznor está envejeciendo. Hoy todo suena a Incubus, decíamos como los dos viejitos de los Muppets.

Ir al concierto de Napalm Death sería como descolgarse en uno de los bailes del Fonógrafo del recuerdo. O del Insen.

"Whatever happened to the good old times?", se lamentaba Nite Owl con Rorscharch. La mejor respuesta es la que daba el legendario Fernando Zertuche: "No eran ni tan good ni tan old ni tan times".

"La primera vez que me sentí viejo", decía el Carcass, "fue cuando en el concierto de Type-O Negative empezaron a tocar Hey Jude y nadie la reconoció".

"La primera vez que yo me sentí viejo fue cuando fuimos a ver a Slayer juntos y todos los chavitos tenían diez años menos que nosotros", contesté.

Y seguimos lamentando el estado de las cosas en una mesa de la sala de profesores de la Ibero, minutos antes de irnos a dar clase de 9.

lunes, octubre 17, 2005

FIL Monterrey 2005

En absoluto desorden, obviando hechos y personas, va la crónica de la Feria y el encuentro de narradores de Tierra Adentro:

Salir el jueves temprano al aeropuerto. Coincidir en el vuelo con Daniel Sada, Alberto Chimal, Mayra Inzunza y varias más.

Llegar al hotel, compartir la habitación con Moisés Zamora, escritor mexicano que vive en Los Ángeles.

Durante las comidas, conocer nuevos amigos y encontrarme con conocidos. Ver a Will Rodríguez, Rafa Saavedra, Socorro Venegas, Julián Herbert, entre otros.

La Feria, comprobar que es más de saldos y libros de ocasión.

Toparme con Joserra Ortiz, la auténtica razón que tengo para ir a la FIL de Monterrey. Pasear con él y su novia, Gaby.

Encontrarnos con Beatriz en los jardines del Tec. Secuestrarla por el resto del fin de semana. Comer todos en la ExpoTec.

Leerles a Beatriz, Gaby y Joserra mi cuento en el departamento de este último. Les gusta mucho. Beatriz se conmueve. Se trata de un inédito sobre un inmigrante zapoteco en Marte.

Ir por la noche de reventón nerd con Alberto Chimal, que tampoco bebe.

Ir a la Reforma, cantina de viejitos con Joserra, Gaby, Magali y Beatriz.

Tras de que se fueran las chicas, tomarme una cerveza con Joserra y Alberto en el Caracol, bar donde comienza Tiempo de alacranes.

Ir a comer un hocho del Barrio Antiguo para rematar la noche. Ser parados por la policía por exceso de velocidad.

Desayunar fruta entre un montón de colegas que acabaron crudísimos a las 7 de la mañana.

Toparme todo el tiempo con Eduardo Monteverde en la Sala de Prensa. Comprar su nuevo libro para regalárselo a Ira.

Mesas de lectura en el encuentro. Cada autor lee un texto. Algunos muy buenos.

Enrique Romo y Epigmenio León. ¿Porqué no hay más funcionarios culturales como ellos?

Leer mi cuento en el encuentro de narradores. Ver que aunque me extiendo demasiado, me piden que termine. Recibir felicitaciones.

Libros y libros y libros. ¿Se leerá tanto como se vende?

Comer en un Carl's Jr. con Joserra y Gaby. Convencerlos de que se quedaran un día más en Monterrey antes de irse a San Luis Potosí con la familia de aquel.

Cenar en el Mirador con los asistentes al encuentro. Me acompaña Beatriz, que se sienta con Chimal y yo en una esquina. Nos cuenta sobre su minuciosa cataduría de coca-colas.

Tomarme un café con Daniel Sada. Hablar de autores mexicanos. Recibir como consejos dos de sus actitudes: publicar siempre en editoriales comerciales (no marginarse) y no militar en ningún grupo.

Ir con Chimal, Beatriz y Lulú al Marco. Deslumbrarnos con la exposición de Marco Arce y con el autorretrato de Helnwein que se hiciera célebre por haberse usado como portada de un disco de los Scorpions.

Toparme con viejos y nuevos amigos por los pasillos de la FIL: Mario Bellatin, Rius, El Mastuerzo. Ser presentado con Germán Dehesa.

Mesa redonda con Andrés Acosta, Eduardo Monteverde y Taibo II sobre novela policiaca.

Firmar libros en el stand de Planeta junto con Andrés. La gente llegaba a preguntarnos precios o que si teníamos el de Cañitas. Yo opté por cotorrearlos.

"Oiga, ¿no tiene libros de Ajedrez?", pregunta un señor. "Mire, ya no hacemos porque no son buen negocio, tenemos unos sobre poker, pero vaya a Trillas y pregunte por el libro de Emilio Carrillo, es el mejor que se ha hecho en México sobre Ajedrez." Emilio Carrillo es el papá de Bachan (y deveras publicó ese libro).

Saludar a Armando Alanís, su esposa y su hijo. Él es poeta y presentó mi libro de cuentos la vez pasada que estuve aquí.

Cenar con la gente de Planeta y varios amigos. Entre otros, en la mesa estuvieron Andrés Acosta, Taibo, Rius y los moneros José Hernández y Patricio, a los que no conocía. Yo iba acompañado de Beatriz y Lulú, provocando envidias.

Ir con ellas al Caracol, de nuevo. Decirle a la mesera que escribí una novela que empieza en ese bar, sin que ella entendiera del todo de qué le hablaba.

Pasarnos los tres al Café Brasil, al lado del Caracol, a tomarnos unas malteadas con Sergio Flores, legendario monero regio, veterano del Mad de los 70 (empezó casi adolescente).

Sordidear los tres, como dice Ira, en el Arcoiris, antro gay al que van los heteros por igual. Édgar Reza, colega escritor, diría al día siguiente: "esta gente sí sabe cómo divertirse".

Comer pizza de madrugada en el Café Iguana's mientras hablamos de la imposibilidad del burlar al statu quo, a la máquina. Volver a mi hotel en taxi por la madrugada, para toparme con Moisés, mi room mate, en lobby de vuelta de su propio reventón.

Desayunar el domingo con mi adorado Will Rodríguez. Preparar maletas, ir con Will en taxi a comprar unas glorias al centro.

Ir a transcribir una página del Quijote como otras mil personas. Despedirme de Beatriz. Ir con Lulú al hotel para recoger mis cosas y esperar el transporte que me llevará al aeropuerto. Decir adiós y platicar durante el largo camino con Mario Bellatin. "El camino a este aeropuerto es eterno, nomás en Tokio es más largo", se queja Mario.

Toparme con Andrés Acosta y Will Rodríguez en el aeropuerto, junto con Vicente Quirarte a quien sólo conocía por amigos mutuos.

Tomar el avión de regreso y llegar hecho polvo.

Uf.

viernes, octubre 14, 2005

En Monterrey

Estoy en la Feria del Libro de Monterrey.

Ya he hablado en otras ocasiones de esta ciudad que es como esa clase de amigos que la primera vez que conoces te caen mal y poco a poco vas aprendiendo a querer.

Mis ritos regios de cada visita incluyen una obligada visita al Bar el Caracol, donde situè el inicìo de mi novela Tiempo de alacranes, en compañìa de mi adorado Joserramòn Ortiz, responsable de que me invitaran por primera vez a esta FIL, una visita al Marco y un refìn en el Rey del Cabrito.

El reporte, hasta ahora, es que el Caracol se ha afresado para mal. No he ido al Marco aùn. Y que Alberto Chimal es mi compañero de reventòn abstemio.

Hoy tuve una lectura dentro del encuentro de Jòvenes Narradores. Leì un cuento inèdito que aùn no publico y que tuvo buena recepciòn.

Mañana a las cuatro, estarè en una mesa redonda sobre novela negra con Paco Ignacio Taibo II, Eduardo Monteverde y Andrès Acosta.

Bueno, ya seguirè reportando, por lo pronto me voy a comer un cabrito.

martes, octubre 04, 2005



Mièrcoles 12 de octubre, 7 de la noche. No falten.
Algunas actividades

Muchas gracias a quienes asistieron a la inauguración de mi expo. Los demás, bueno, tienen hasta Halloween para ir. De cualquier manera, pronto habrá una versión digital en línea.

Por lo pronto, quiero aprovechar para invitarlos a varias actividades:

El sábado 8 de octubre Luis Felipe Hernández y Alberto Chimal, entrañables colegas narradores, harán una lectura de cuentos del trabajo realizado por Luis Felipe en Banff, Canadá. El asunto es a las 19:00 horas en el Cuore Café (mismo lugar donde están expuestos mis cuadros), en Álvaro Obregón 179, col. Roma.

El domingo 9 a las 18:00 horas, Andrés Acosta, Eduardo Monteverde y yo estaremos platicando sobre novela policiaca en la Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México, en el foro 2 de la feria.

Y el miércoles 12 de octubre, lo anuncio con bombo y platillo, se presenta a las 19:00 horas mi novela, Tiempo de alacranes, en la Sala Manuel M. Ponce de (gulp) el Palacio de Bellas Artes, acompañado por Paco Ignacio Taibo II y Juan Hernández Luna.

El fin de semana siguiente estaré en la FIL de Monterrey, pero ya les daré más datos.

Un saludo.